+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia
Hoy es martes, y acaba de finalizar la votación de investidura en el Congreso de Diputados. Yo lo he seguido intermitentemente como un ciudadano más desde los medios de comunicación social, a ratos desde la televisión y a ratos desde la radio. Como muchos, porque lo he oído en los medios y en la calle, ha habido momentos en los que me he sentido mal. Me ofendían muchas palabras, pero más las actitudes y determinados gestos. Me ofendían los insultos, las acusaciones, los silencios, las descalificaciones personales, muchos aplausos y muchos levantamientos, olvidos, verdades a medias o mentiras enteras. He percibido, entre otras cosas, heridas infectadas, odio, anhelos de revancha. Me dolía más porque en estos días nos hemos deseado una feliz navidad y un feliz y próspero año nuevo. Y me preguntaba: ¿Esto es lo que todos queremos? ¿Esto es contribuir al bien de España, a una buena convivencia, construir futuro y bien común? ¿Este es el espíritu de la Constitución y de la transición? ¿Es este un ejemplo para todos los ciudadanos, para las nuevas generaciones, ejemplo de una sana convivencia? Considero, como ciudadano y creyente, que no.
Pero no nos lamentemos por el tiempo pasado, ni nos quedemos en lamer las heridas, ni dejemos que se formen cicatrices. Esta es la hora, desde mi punto de vista, de reaccionar y volver a caminar juntos, construir juntos, y los creyentes, de actuar desde el espíritu de Jesús.
1º. Caminar juntos. Hay que reemprender el camino, pero caminando todos juntos, sin dejar a nadie atrás; caminar sabiendo que somos distintos, pero tenemos no sólo aceptar la diversidad y pluralidad, sino buscando la integración, el amasarnos unos con otros, desde el respeto, el amor y la fraternidad. Busquemos lo que nos une, no lo que separa. Atribuyen a san Agustín esta frase: “En lo necesario, unidad, en lo opinable búsqueda de la verdad, y en todo, caridad”. No pido que seamos ciegos, ni mudos, ni ingenuos, sino realistas, mirando al fondo, más allá de las palabras, mirando al corazón, a los deseos de paz, de justicia, de verdad y amor.
¿Cómo caminar juntos? Primero considero que hay que encontrarse, romper muros, no romper puentes, sino tender la mano, ni negar la palabra. Escuchar desde el corazón, escuchar la historia, lo que siente el pueblo, su latido, reflexionar; dialogar, sí, aunque se abuse, pero dialogar desde lo que decía san Pablo VI, es decir desde la claridad, la mansedumbre, la confianza y la prudencia. Dicho de otra manera, desde la unión de la verdad y la caridad, la inteligencia y el amor (Eclesiam Suam, 75-76).
2º. Construir juntos con lo que uno es y tiene, sobre el cimiento de los valores de la Constitución. San Pablo nos dice cómo construir: «Mire cada uno cómo construye. Pues nadie puede poner otro cimiento del ya puesto, que es Jesucristo. Y si uno construye sobre el cimento con oro, plata, piedras preciosas, madera, hierba, paja, la obra de cada cual quedará patente, la mostrará el día, porque se revelará con fuego. Y el fuego comprobará la calidad de la obra de cada cual. Si la obra que cada uno ha construido resiste, recibirá el salario. Pero si la obra de uno se quema, sufrirá el castigo, más él se salvará, aunque como quien escapa del fuego» (I Cor 3, 11-15). Cuando San Pablo se refiere a construir se refiere a la comunidad cristiana y la responsabilidad en la evangelización, pero pienso que podemos extenderlo a la convivencia hoy; y cuando habla de fuego se refiere al paso del tiempo y al juicio de Dios ante quien transcurre nuestra vida y nuestras obras. También con la crítica, cuando esta sea positiva. Pero siendo «sagaces como serpientes y sencillos como palomas» (Mt 10, 16). Tenemos que construir juntos muchas cosas en esta España nuestra; una convivencia respetuosa con todos, “forjar nuevos vínculos” (Papeles 2020, reflexión de fin de año, de Cristianisme i justícia), una educación y enseñanza que no esté al albur de los gobiernos de turno, un futuro para los jóvenes y los niños, una salida a los pueblos envejecidos y vaciados, una ecología integral, la problemática familiar, el trabajo decente, la atención a los emigrantes y refugiados, la mujer en la sociedad, la igualdad, la soledad de tantas personas.
3º. Y confesar la fe. Los cristianos, hayamos votado a unos o a otros, seamos de un partido o de otro, porque no hay ningún partido cristiano, todo tenemos que vivirlo desde Jesucristo. La fe no la podemos dejar, como el sombrero o la gorra, en casa. La fe debe iluminar todos nuestros pasos y conducta, nuestra cabeza, nuestro corazón, nuestras manos, nuestra palabra y sentimientos. Los cristianos tenemos que ser “el alma de la sociedad” (Carta a Diogneto). Debemos buscar que reine la justicia, la verdad, la vida, el amor, la libertad, la paz, el perdón y la reconciliación; debemos dar los frutos del Espíritu: el amor, la alegría, la paz, la paciencia, la afabilidad, la bondad, la lealtad, la modestia, el dominio de sí. No provoquemos, no envidiemos, llevando los unos las cargas de los otros (Gal 5, 22, 6, 1-10). Tenemos que someternos a los gobernantes y a las autoridades; dispuestos a obedecer y hacer el bien. No hablando mal de nadie, ni buscando riñas, sino siendo amables y condescendientes con todos (Tito 3, 1-2). «Someteos por causa del Señor, a toda criatura humana, lo mismo al rey, como soberano, que a los gobernadores» (I Ped 2, 11-17). No nos olvidemos de orar «por toda la humanidad, por los reyes y por todos los constituidos en autoridad, para que podamos llevar una vida tranquila y sosegada, con toda piedad y respeto» (I Tim 2, 1-2).