+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia
El día 2 de febrero pasado, fiesta de la Presentación del Señor, fiesta de las Candelas, fiesta de la Virgen de la Calle, patrona de Palencia ciudad, el papa Francisco nos regaló una preciosa exhortación apostólica titulada “La Querida Amazonia”. Tiene delante la Amazonia que «se muestra ante el mundo con todo su esplendor, su dramatismo, su misterio» (QA, 1). No trata, en modo alguno, de reemplazar ni repetir lo que se dijo en el Sínodo que tuvo lugar en Roma en el mes de octubre de 2019, titulado Amazonia: Nuevos caminos para la iglesia y para una ecología integral, en el cual el papa Francisco participó y cuyas conclusiones han sido publicadas.
Esta exhortación no tienen que ver solo con las iglesias de los nueve países de la Amazonia (Brasil, Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú, Venezuela, Guyana, Guayana Francesa, y Surinam); tiene que ver , según la intención del papa , con todo el mundo, apara despertar el afecto y la preocupación por esta tierra que es también “nuestra”, para admirarla y reconocerla como un misterio sagrada, y con todas las iglesias porque toca cuestiones que nos interpelan y afectan a todos, a nuestras regiones y afrontarlas desde las mismas inspiraciones. A nosotros, cristianos y ciudadanos palentinos, nos toca encarnar el mensaje del papa con relación a la Amazonía aquí, en esta tierra nuestra, regada por el Carrión y el Pisuerga, por citar los grandes ríos, las montañas del Norte, las llanuras de Campos, los cerros del Cerrato, los caminos del Camino de Santiago, y la antigua Pallantia (cfr. QA,5-6).
El papa Francisco articula su exhortación en cuatro grandes sueños:
«Sueño con una Amazonia que luche por los derechos de los más pobres, de los pueblos originarios, de los últimos, donde su voz sea escuchada y su dignidad promovida.
Sueño con una Amazonía que preserve la riqueza cultural que la destaca, donde brilla de modos tan diversos la belleza humana.
Sueño con una Amazonia que custodie celosamente la abrumadora hermosura natural que la engalana, la vida desbordante que llena sus ríos y sus selvas.
Sueño con comunidades cristianas capaces de entregarse y encarnarse en la Amazonía hasta el punto de regalar a la iglesia nuevos rostros con rasgos amazónicos» (QA, 6).
Desde estas letras os invito también a soñar nosotros en nuestra España y, más en concreto, en nuestra Palencia. Soñar despiertos, conscientes de la realidad que vivimos, sabedores, es verdad que “los sueños, sueños son”, pero que se pueden hacer realidad, si no en su totalidad, si en un tanto por ciento muy alto.
Los cristianos, además, tenemos motivos más que sobrados para soñar. Porque Dios ha tenido y tiene sueños; la Biblia nos los recuerda: una creación en paz, ser amigo de los hombres, hacer alianza de amigo como con Abrahán, Isaac, Jacob, el pueblo de Israel y con todos los pueblos; los profetas lo pintan, cada uno con su paleta de colores, con unas imágenes preciosas: desposarse con el pueblo, sacarle de la esclavitud, habitar en medio de ellos, caminar con ellos, compartir la vida, perdonar, que corra la paz, que habite el lobo con el cordero, preparar un banquete para todos, una fiesta sin fin donde no haya ni muerte , ni duelo, ni llanto, ni dolor, sino alegría sin fin (cfr. Ap. 21. 1- 5). Un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el mal, la muerte y el pecado han desaparecido, una convivencia en paz, vida, justicia, amor, verdad, santidad y gracia. Este sueño de Dios Padre es el que ha venido a hacerlo presente su Hijo Jesús, y pide que nosotros hoy, siguiendo sus pasos, siendo discípulos y misioneros, lo continuemos con la fuerza de su Santo Espíritu. No quiere que nos quedemos en lamentaciones, en constatar qué mal está la sociedad, en señalar las enfermedades que nos afligen y hieren, qué malos somos los hombres y las mujeres, sino en ser sembradores de vida y esperanza, sin estar estancados, caminando juntos, todos a una y cantando, confiando en Dios y en los hombres. Y podemos, si queremos, si podemos lo mejor de nosotros mismos, y nos unimos unos a otros, creyentes y no creyentes, cada uno con los dones que tenemos y que hemos recibido de Dios y de los que nos precedieron. La guerra a no está perdida ni mucho menos, aunque alguna batalla se haya perdido o se pierda, pero con san Pablo podemos decir: «Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él?... ¿Quién nos separará del amor de Cristo?... nada ni nadie podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús» (Cfr. Rom. 8, 31-16). Colaboremos con Dios que es el que hace todas las cosas nuevas (Ap. 21, 5).