Homilía de nuestro obispo en la Fiesta de la Virgen de la Calle

Homilía de nuestro obispo en la Fiesta de la Virgen de la Calle

La ciudad de Palencia celebra, hoy 2 de febrero, la Fiesta de su Patrona, Nuestra Señora de la Calle. La Eucaristía, presidida por nuestro obispo, ha sido retransmitida a través del Canal de YouTube de la Diócesis, desde “La Compañía”, y, debido a las restricciones de aforo vigentes, únicamente han podido estar en el interior del templo 25 personas.

Enlace a celebración en YouTube

En su homilía, en la que ha estado muy presente la pandemia que vivimos, nuestro obispo nos ha animado a «levantar nuestros ojos y nuestro corazón a la Virgen de la Calle, nuestra patrona, es nuestra Madre, para pedirle que interceda por nosotros y por los hombres y mujeres del mundo entero para que nos veamos libres de esta epidemia», y a aprender de la Virgen María «a confiar en el Señor, a ver los sucesos a la luz de Dios, que es Padre, nos ama con entrañas misericordiosas y no abandona a sus hijos».

También nos ha pedido que «con nuestras obras manifestemos que el amor es más fuerte que el mal, que hay esperanza» pues «estamos llamados a superar nuestras diferencias, a poner paz y reconciliación en medio de los conflictos, a ofrecer al mundo un mensaje de esperanza. Estamos llamados a tender una mano a quien lo necesite, a compartir con generosidad nuestros bienes materiales con los más desafortunados. Estamos llamados a proclamar de manera incansable la muerte y resurrección del Señor».

 

 

HOMILÍA EN LA FIESTA DE LA VIRGEN DE LA CALLE

 

+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia

Estamos de fiesta. Celebramos la fiesta de la Presentación del Señor en el templo cuando Él va al encuentro de su pueblo, la purificación de María, el rescate del hijo primogénito, Jesús mediante un sacrificio prescrito por la ley. Y es la fiesta de nuestra patrona, la Virgen María en su advocación de la Calle. Pero ¿tenemos ánimo y espíritu de fiesta? Yo creo que poco. Estamos afectados por la pandemia. Palencia sigue dando porcentajes altos de contagio. Los fallecimientos siguen, el dolor de las familias que no pueden despedir a sus familiares también sigue; como las consecuencias en las empresas, en los comercios, bares y restaurantes, en la hostelería toda, con más paro, más personas en ERTES o ERES y muchas sin percibir ayudas ni el Salario Mínimo Vital; siguen las secuelas, el miedo y el recelo frente al otro en nuestras relaciones; siguen las enfermedades psicológicas, soledad de los mayores en residencias o en sus domicilios; consecuencias en la vida de las comunidades cristianas. etc. Es verdad que esperamos la vacuna que nos llegará como con cuentagotas, y en la que ponemos la esperanza para aliviar esta situación, y que confiamos en el personal sanitario y en las autoridades, en el movimiento solidario que se ha desencadenado y del que tenemos muchos testimonios.

Y nos preguntamos, ¿por qué? Yo no lo sé y creo que tampoco vosotros. Hoy venimos aquí a levantar nuestros ojos y nuestro corazón a la Virgen de la Calle, nuestra patrona, es nuestra Madre, para pedirle que interceda por nosotros y por los hombres y mujeres del mundo entero para que nos veamos libres de esta epidemia. Levantemos los ojos a nuestra madre; ella sabe de sufrimientos y de muerte porque una espada le traspasó el alma al pie de la cruz. En ella descubrimos la garantía visible y materna de la bondad de Dios, que es el tiene siempre la última palabra de la historia.

Aprendamos de la Virgen María a confiar en el Señor, a ver los sucesos a la luz de Dios, que es Padre, nos ama con entrañas misericordiosas y no abandona a sus hijos. Seguramente que ella y san José oraron muchas veces con este texto del profeta Habacuc: «Aunque la higuera no echa yemas, y las viñas no tienen fruto, aunque el olivo olvida su aceituna y los campos no dan cosechas, aunque se acaban las ovejas del redil y no quedan vacas en el establo, yo exultaré con el Señor, me gloriaré en Dios, mi salvador. El Señor soberano es mi fuerza, él me da piernas de gacela y me hace caminar por las alturas». (Ha 3,17-19).

María, aunque no entendía los designios de Dios en la Encarnación, dijo: «Aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra». José tampoco entendía, pero obedecía al Señor, fue dócil a su voz. También su hijo, Jesús, nuestro hermano, experimentó el silencio de Dios con angustia cuando en la cruz rezaba: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27, 46). Pero sus últimas palabras fueron: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu», palabras de confianza absoluta y filial en el Padre.

Dejémonos iluminar nosotros en esta hora por Jesús, y pidámosle que nos tienda una mano a nosotros, a los hijos de Abrahán, no a los ángeles, Él que ha pasado por lo que nosotros pasamos.

Pero aprendamos de María; que ella nos enseñe a dejarnos iluminar siempre por Jesús, que es la luz del mundo. Que acojamos su palabra, que sigamos sus huellas, que no le cerremos la puerta, que volvamos a Él con una conversión personal, comunitaria y pastoral. Que la comunidad cristiana y sus miembros no seamos arrogantes ni imprudentes a la hora de hablar, no alborotadores, sino personas que conozcamos bien nuestra fe, que profundicemos en ella, que sepamos dónde estamos, qué tenemos y qué nos falta; que conozcamos, no solo recitemos, el Credo hasta que podamos dar razón de Él.

Que reflejemos y llevemos su luz a los demás, como ella y san José se la llevaron a Simeón y Ana. Tenemos que llevar la luz que es Cristo a los hombres para construir una sociedad fundada en la dignidad de la persona y sus derechos, y en la responsabilidad de los ciudadanos con independencia de nuestro origen étnico o pertenencia política y o creencias religiosas. Aprendamos lo que Él nos ha enseñado en esta pandemia: que somos frágiles, limitados y caducos, que nos necesitamos unos a otros, que tenemos que vivir más unidos, como hermanos, que no somos dios, sino hijos de Dios, hijos del mismo Dios y Padre, que como hermanos tenemos que vivir más cerca unos de otros, especialmente de los que sufren y de los pobres.

Que con nuestras obras manifestemos que el amor es más fuerte que el mal, que hay esperanza. Somos los ojos con los que Cristo mira compasivamente a los que pasan necesidad, somos las manos que extiende para bendecir y curar, somos los pies de los que se sirve para hacer el bien, y somos sus labios con los que proclama su Evangelio.

Estamos llamados a superar nuestras diferencias, a poner paz y reconciliación en medio de los conflictos, a ofrecer al mundo un mensaje de esperanza. Estamos llamados a tender una mano a quien lo necesite, a compartir con generosidad nuestros bienes materiales con los más desafortunados. Estamos llamados a proclamar de manera incansable la muerte y resurrección del Señor hasta que Él vuelva; a proclamar que en Cristo está la clave de nuestra salvación, que en su cruz vemos que triunfa el amor de Dios sobre la injusticia, la brutalidad, la codicia, la violencia, la opresión y la explotación de los pobres. Que Cristo es garante de nuestra vida plena y eterna. Que Cristo es nuestra luz, la que vence las tinieblas todas y que él nuestra gloria.

Él viene a nuestro encuentro en la Eucaristía. Acojamos al que es nuestro Señor, nuestra luz y gloria, libertador y salvador, que nos llene de su sabiduría y crezcamos crecer en gracia por la acción del Espíritu Santo.