Misa Crismal 2024 - Homilía de nuestro obispo

Celebramos de la Misa Crismal en la Catedral de Palencia, presidida por nuestro obispo, Mons. Mikel Garciandía.

La Misa Crismal, que el obispo celebra con su presbiterio, y dentro de la cual se consagra el Santo Crisma y bendice los demás óleos, es como una manifestación de comunión de los presbíteros con el propio obispo.

Con el Santo Crisma consagrado por el obispo se ungen los recién bautizados, los confirmados son sellados, y se ungen las manos de los presbíteros, la cabeza de los obispos y la iglesia y los altares en su dedicación. Con el óleo de los catecúmenos, estos se preparan y disponen al bautismo. Con el óleo de los enfermos, estos reciben el alivio en su debilidad.

También en esta celebración, los presbíteros renuevan las promesas realizadas el día de su ordenación.

 

 

 

 

Homilía en la Misa Crismal 2024

 

+ Mons. Mikel Garciandía Goñi, obispo de Palencia

Catedral de Palencia. 26 de marzo de 2024

 

Queridos Don Manuel y Don Javier, diáconos, presbíteros y pueblo de Dios, ¡Paz y Bien! Quiero comenzar esta homilía dando gracias a Dios por todo lo que a través de cada uno de vosotros me ha regalado en estos primeros compases de mi servicio en Palencia. Gracias por vuestro testimonio y fidelidad sacerdotal que es para mí ejemplo y estímulo.

El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor”.

Este maravilloso oráculo del profeta Isaías, sabemos que lo ha cumplido Jesús, el Cristo, el Ungido del Señor. “Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír”. En esta mi primera Misa Crismal, a punto de entrar en el Triduo santo, quiero invitaros y comprometerme en entrar en este hoy del Señor, el único y verdadero Sacerdote de Dios en quien todos somos, existimos y obramos.

“¡Oh Dios!, que por la unción del Espíritu Santo constituiste a tu Hijo Mesías y Señor, y a nosotros, miembros de su cuerpo, nos haces partícipes de su misma unción; ayúdanos a ser en el mundo testigos fieles de la redención que ofreces a todos los hombres”. Esta es la oración colecta de esta celebración eucarística en la que bendeciremos los óleos. En ella el entero pueblo de Dios aparecemos en nuestra condición de ungidos, es decir, bautizados, inmersos en la Vida Trinitaria. Somos reyes, sacerdotes y profetas, hemos de ser en el mundo presencias de Cristo, su prolongación, su Cuerpo, Templos de su Espíritu. Es lo que nos dice Dios a través de Juan en su Apocalipsis: “A aquel que nos amó, nos ha librado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino, y hecho sacerdotes de Dios, su Padre. A El la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén”.

Queridos hermanos, toda nuestra vida es una doxología, una aclamación gozosa, una alabanza de su gloria, porque suyo es el honor, el poder, la gloria, la sabiduría…

¿Es así realmente? Lo va siendo, pero hay pecado, resistencias en mí, en cada uno de nosotros a que la vanagloria, el miedo, el orgullo no desaparezcan ante el único que es tres veces santo. La iglesia será regenerada por la entrega de Cristo y en la noche de la Vigilia Pascual, renovaremos todos nuestra nueva condición creatural de hijas, de hijos de Dios.

Hoy, toca bendecir los óleos y consagrar el Santo Crisma. Y para que su fuerza sacramental quede apoyada en un seguimiento y ministerio cada vez más genuino y evangélico a continuación renovaréis vuestras promesas sacerdotales. El ministerio de la Palabra forma parte de la vida del presbítero, y quiero recordar lo que escuchamos cuando se puso el Evangelio en nuestras manos en nuestra ordenación diaconal: “Recibe el Evangelio de Cristo, del cual has sido constituido mensajero; convierte en fe viva lo que lees, y lo que has hecho fe viva enséñalo, y cumple aquello que has enseñado” El Señor nos pide coherencia en nuestro ministerio, puesto que ésta es nuestra mejor homilía para el pueblo de Dios que libra el combate de la fe en circunstancias a veces muy complicadas. Esa coherencia no es algo que logramos sólo por nuestro propio empeño como bien sabéis, sino sanado nuestro oído, buscando con pasión esa Palabra que Dios mismo nos dirige en lo íntimo del corazón, en el seno de la vida comunitaria, y escuchando el clamor de los pobres y los anhelos de quienes aún no han encontrado una razón para esperar.

Cuando en nuestra ordenación presbiteral, recibimos en nuestras manos el pan y el vino, escuchamos a su vez. “Recibe la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios. Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor”. Queridos hermanos sacerdotes, considerar implica pausa, silencio, meditación, distancia respecto de las urgencias, libertad interior. El modo en que celebramos es ya elocuente. Hoy necesitamos renovar nuestro ministerio, nuestro servicio al pueblo de Dios y al mundo.

Nuestra vocación es cristológica y de ahí la pregunta: ¿Queréis uniros más fuertemente a Cristo y configuraros con él, renunciando a vosotros mismos y reafirmando la promesa de cumplir los sagrados deberes…?

Y nuestra vocación no nos pertenece, es del y para el pueblo. De ahí esta otra pregunta: ¿Deseáis permanecer como fieles dispensadores de los misterios de Dios en la celebración eucarística y en las demás acciones litúrgicas… como seguidores de Cristo Cabeza y Pastor, sin pretender los bienes temporales, sino movidos únicamente por el celo de las almas?

Considerar, conmemorar, configurarnos, verbos todos que llevan el prefijo con-, lo que supone el carácter eminentemente comunitario de nuestra vocación, profundamente colegial, miembros todos de un único presbiterio, que testimonia a Cristo con un solo corazón y una sola alma. Queridos curas, Jesús pide en su oración sacerdotal ut unum sint, que seamos totalmente uno en él. Así el mundo creerá. Nuestras iglesias locales, nuestras diócesis requieren urgentemente la comunión de todos, viendo en nuestras legítimas diferencias signos evidentes de una iglesia sinodal, carismática, itinerante en salida.

Los sacerdotes somos célibes, y eso significa que no tenemos derecho a una vida estéril. Nuestro celibato por el Reino, al igual que a los casados, nos pide ser fecundos. Somos el símbolo del pacto nupcial de la Iglesia con Cristo y por ello elegimos una y otra vez esa manera de entrega a Dios y a los hermanos. Cuando el Papa Francisco glosa la figura de San José, dice estas hermosas palabras: “Ser padre significa introducir al niño en la experiencia de la vida, de la realidad. No para retenerlo, no para encarcelarlo, no para poseerlo, sino para hacerlo capaz de elegir, de ser libre, de salir… El amor que quiere poseer, al final siempre se vuelve peligroso, aprisiona, sofoca, hace infeliz… La lógica del amor es siempre una lógica de libertad”.

Queridos hermanos todos, vivimos un tiempo eclesial apasionante y esperanzador. La sinodalidad ha de despertar potencialidades dormidas, la colegialidad nos ha de llevar a vivir como hermanos, y el primado nos ha de hacer vivir la comunión como raíz y meta de cuanto somos y hacemos.

También os pido hoy que reforcemos el clásico modelo de la Iglesia renovado por el Papa Francisco como reconocer, interpretar y elegir. Que no tengamos miedo a hacerlo. No hacerlo implica ser presos de la mundanidad. Si desaparece el impulso sobrenatural del cristianismo, sólo queda un sentimiento bienintencionado y una serie de mandamientos que resultan opresivos. Vivir hoy el Evangelio de la vida implica ser fieles y creativos, claros pero no rígidos, abiertos pero no ambiguos.

El Espíritu lo hará. Rezad por mí, en estos mis primeros momentos de ministerio episcopal. Para que sea sabio con vuestros consejos y valiente con vuestro apoyo a la hora de interpretar adecuadamente lo que el Espíritu quiere crear en nosotros y a través de vosotros.

Que María, seguidora de su Hijo en todas la horas y circunstancias, interceda por todos nosotros.