La Archidiócesis de Valladolid, en el tramo final del Año Jubilar del Corazón de Jesús, ha invitado a obispos y arzobispos de la Iglesia en Castilla, a predicar en la Basílica-Santuario Nacional de la Gran Promesa, uno de los dos templos jubilares.
Ayer, martes 4 de junio, fue nuestro obispo D. Mikel el encargado de presidir la Eucaristía en el Novenario al Sagrado Corazón de Jesús.
Corazón de Jesús, plenitud de la Divinidad
Mons. Mikel Garciandía, obispo de Palencia
Novena del Sagrado Corazón de Jesús
Valladolid, 4 de junio de 2024
Queridos hermanos:
Bendigo al Señor por esta oportunidad de unirme a la acción de gracias de la comunidad cristiana de Valladolid en el Año Jubilar del Corazón de Jesús. Este coloquio orante entre el Señor y nosotros nos está haciendo tanto bien. Nosotros decimos: “venga tu reino”, Él nos dice: “venid a mí. Reinaré”. Son las notas del acorde final de la Biblia, del libro del Apocalipsis, rematado felizmente con el diálogo amoroso, corazón a corazón, entre el Espíritu Santo y la Iglesia, desde este lado del tiempo, y el Corazón de Cristo, el Testigo fiel, desde el Trono de la gloria del Padre: “El Espíritu y la Esposa dicen: ¡Ven! Y quien tenga sed que venga. Y quien quiera, que tome el agua de la vida gratuitamente”.
“Dice el que da testimonio de estas cosas: Sí, vengo pronto”. Amén. ¡Ven, Señor Jesús!
Os invito a sumergirnos por un momento en esta conversación espiritual, en esta conversación a la que nos atrae el Corazón de Jesús, plenitud de la Divinidad. En el Evangelio que se acaba de proclamar, los propios enemigos del Señor, aun en su hipocresía y doblez, reconocen la integridad y autoridad con la que Jesús se conduce en la vida y anuncia la llegada del Reinado de Dios: “Maestro, sabemos que eres veraz y que no te preocupa lo que digan; porque no te fijas en apariencias, sino que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad”.
Entonces y ahora, colisionan Dios y los poderes de este mundo. Un verdadero complot tramado por las autoridades: “en aquel tiempo, enviaron a Jesús algunos de los fariseos y de los herodianos, para cazarlo con una pregunta”. También en nuestros tiempos, no es infrecuente que los seguidores del Camino del Señor nos hallemos en la misma tesitura. Desde el lado espiritual y observante de los fariseos, o desde el materialista de los saduceos, el Cuerpo de Cristo es puesto a prueba una y otra vez.
Y a nosotros nos toca hoy contemplar al Corazón del Maestro, y aprender de Él. Ante la radical antítesis entre el César y Dios, entre la lógica del mundo y la Gloria del Eterno, Jesús evita la simplificación. Huye de los extremismos y aboga por la radicalidad de la Nueva Alianza que Él inaugura y revela del todo: Corazón de Jesús, plenitud de la Divinidad. Mientras caminamos en el mundo, lo hacemos como extranjeros, puesto que no tenemos morada permanente aquí. “¡Esperáis y apresuráis la llegada del día de Dios! Ese día los cielos se disolverán incendiados”, nos ha dicho San Pedro en su segunda carta. No nos debatimos en las teorías acerca de si Dios o el César, sino que “nosotros, según su promesa, esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia”, continúa el Apóstol.
“La paciencia del Señor es nuestra salvación”. En efecto, Jesús nos regala este tiempo que es gracia. Para nosotros, la historia, cada día es sagrado porque propicia que nuestros corazones vayan siendo ganados por su mansedumbre, su ternura, su humildad. La paciencia de su Corazón que todo lo espera, todo lo cree, todo lo perdona, todo lo asume. Pedro nos sigue exhortando: “que no os arrastre el error de esa gente sin principios ni decaiga vuestra firmeza. Por el contrario, creced en la gracia y en conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”.
Esperáis y apresuráis la llegada del Día de Dios. Cuando la figura del mundo acabe, sólo quedará su Amor y su triunfo será completo. Mientras tanto, el Corazón de Cristo reina en los nuestros. Esta es la espiritualidad que ha ido creciendo en los últimos siglos de la Iglesia y que ha brillado de un modo impresionante en los momentos más oscuros de la humanidad. En pleno horror del holocausto del nacionalsocialismo, mujeres como Edith Stein (Santa Teresa Benedicta de la Cruz, o Etty Hillesum, expresaron de modo sublime la fragilidad de Dios y la vocación de los creyentes en estos últimos tiempos. Cito a esta segunda mujer:
“Una cosa, sin embargo, me resulta cada vez más evidente, y es que Tú, oh Dios, no puedes ayudarnos a nosotros, sino que somos nosotros los que tenemos que ayudarte a Ti, y de este modo ayudarnos a nosotros mismos. Lo único que podemos salvar en estos tiempos, y la única cosa que verdaderamente cuenta, es un pequeño trozo de Ti en nosotros mismos, Dios mío. Y tal vez podamos también contribuir a desenterrarte de los corazones devastados de otros hombres. Sí, Dios mío, parece que Tú no puedas hacer mucho por modificar las circunstancias actuales, sino que ellas forman parte de esta vida. Yo no llamo a juicio a tu responsabilidad, más tarde serás Tú a declararnos responsables a nosotros. Y casi a cada latido de mi corazón, crece mi certeza: Tú no puedes ayudarnos, sino que nos toca a nosotros ayudarte, defender hasta el fin tu casa en nosotros”.
La intuición y experiencia que Etty Hillesum tiene de Dios en esa noche cerrada, concreta y actualiza proféticamente lo que dice San Pedro en su segunda carta: “que Dios os encuentre en paz con Él, intachables e irreprochables”. Ser irreprochables es defender a Dios en nosotros mismos hasta el final.
Queridas hermanas, queridos hermanos. Nuestra misión en este mundo no es primariamente hacer, sino ser. Amparar a Dios y al prójimo en nosotros y ser su casa. Sólo así nos convertimos en profetas de esta esperanza que no defrauda. El Corazón del Señor ha manifestado a todo el mundo hasta qué punto Él es la revelación del Padre. Nosotros, sencillamente esperamos y apresuramos el día de Dios. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Corazón de Jesús, en Vos confío.