Homilía en la Misa Crismal 2018

Feliz Pascua. “Gracia y paz a vosotros de parte del que es, del que era y ha de venir; de parte de los siete Espíritus que están ante su trono, y de parte de Jesucristo, el testigo fiel el primogénito de entre los muertos el príncipe de los reyes de este mundo. Al que nos ama y nos ha librado de nuestros pecados con su sangre, y nos ha hecho reino y sacerdotes para Dios, su Padre. A Él, la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén”.

Desearía que esta celebración sea una alabanza al Padre por el Hijo en el Espíritu, al Señor de la Pascua, porque todas nuestras fuentes están en él. El salmo responsorial nos invita a cantar: “Cantaré eternamente las misericordias del Señor”.

Esta celebración en la que serán bendecidos los oleos y consagrado el crisma es una celebración especial. Porque queremos acoger y agradecer el gran fruto de la Pascua de Cristo, el don de su Espíritu, el que nos hace pascuales. Jesús lo dio al mundo en el mismo instante de expirar, también el primer día de la resurrección, a la Iglesia naciente en Pentecostés.

La Palabra de Dios proclamada nos sitúa: El Espíritu de Dios está sobre mí… Hoy se cumple esta escritura. Se cumple la Escritura en Cristo, concebido por obra del Espíritu, pero también, por Cristo, en nosotros.

- El Espíritu Santo ha venido sobre la creación: es Señor y dador de vida; El Espíritu del Señor llena el orbe de la tierra. Esta fe nos debe llevar a cuidar la casa común, como nos dice el papa Francisco en Laudato Si.

- Él mora en cada hombre, porque somos imagen de Dios; debemos reconocer, favorecer y trabajar porque se reconozca la dignidad de todos los hombres y mujeres, especialmente los pobres.

- Sobre todo ha venido y viene sobre el pueblo de Dios, que es un pueblo ungido, un pueblo sacerdotal, profético y real: sacerdotal para ofrecer alabanzas al Señor y traer la bendición a los hombres; un pueblo profético para acercar la Palabra de Dios al oído de los hombres; un pueblo real para servir por amor.

- Dentro de este pueblo está sobre cada bautizado desde el día del bautismo, y se nos da en la confirmación, la reconciliación y en cada eucaristía. El Espíritu mora en nostros, ora en nosotros y gime en nosotros. Está en los casados para que se amen como Cristo ama a su Iglesia, está en los que sufren para cerciorarles que Cristo está con ellos, que no abandona nunca. Está en los miembros de vida consagrada para que vivan y dimensión profética de manera particular con generosidad, universalidad y disponibilidad.

Este pueblo tiene el Espíritu y es santo, tenemos que acogerlo, reconocerlo y agradecerlo con alegría. Unos se dejarán conducir por él, otros no tanto, pero está en todos. En unos se manifiesta más que en otros, es verdad, pero está presente en todos.

Tenemos que reconocer la presencia del Espíritu en los laicos, en los religiosos y religiosas y promover y alegrarnos de que cada vez más puedan desarrollar sus carismas. Nadie tiene la exclusiva ni es acaparador del Espíritu. No podemos caer en el clericalismo.

- Pero también está sobre nosotros, los presbíteros, los ungidos el día de nuestra ordenación, los ministros de la Iglesia, servidores de Cristo y del pueblo, de la Palabra y los sacramentos.

- Hoy deseo reconocer fraternamente que sobre todos vosotros está el Espíritu Santo, en la diversidad de la fraternidad presbiteral y doy las gracias a Dios y a cada uno por lo que sois y hacéis. De manera particular quiero dar las gracias a los enfermos, mayores, y cómo no, a los difuntos que nos han precedido.

- Hoy es un día para avivar la gracia que recibimos el día de nuestra ordenación con la imposición de manos y la oración. Os invito a hacerlo. ¿Cómo?

1. Primero: caer agradecidamente en la cuenta de que está en nosotros. Tomar conciencia de que en nuestros vasos de barro llevamos un gran don. Dentro del pueblo sacerdotal tenemos el carisma de hacer presente a Cristo como pastor y servidor, cabeza, esposo de su iglesia, no por méritos propios, sino por don de Dios.

2. Segundo: darnos cuenta de que el Espíritu está para unirnos en él, con el Padre y su Hijo Jesucristo; pero también para unirnos a todos en la iglesia. Esa es la misión el Espíritu, unir al Padre y al Hijo, al Hijo y al Padre en la santa Trinidad. Él construye la unidad de la iglesia, con Cristo, en Cristo y por Cristo. Debemos cultivar la unión con Cristo. Él nos ha elegido para estar con él y enviarnos a predicar; debemos cultivar más la oración, escucha para hacer nuestra su palabra. Estar con él, identificarnos él. ¿Cuánto oramos? ¿Cuánto tiempo estamos con él? ¿Leemos, estudiamos, meditamos su Palabra? Es necesario la oración personal y oración comunitaria, con el pueblo, con la pequeña comunidad o grande, y enseñar a orar. Ser maestros de oración y para eso es necesario que nos vean orar, sin ostentación, sin fariseísmos, sino con la humildad del publicano.

Debemos pedir al Padre por el Hijo el don el Espíritu; El Espíritu vino sobre Jesús en el bautismo, sobre la Iglesia en Pentecostés cuando estaban en oración. Jesús nos dice en el evangelio: si vosotros que sois malos sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuanto más vuestro Padre del cielo dará el Espíritu a aquellos que se lo pidan (Luc. 11, 13). Santa Teresa de Lisieux, en una carta al Abate Belliere dice: “¡Ah, lo que nosotros le pedimos es trabajar por su gloria, amarle y hacerle amar”; e incluso le pide que rece todos los días esta oración en la que estás encerrados todos los deseos de la santa: “Padre misericordioso, en nombre de nuestro dulce Jesús, de la Virgen María y de los santos, os suplico que abraséis a mi hermana en vuestro Espíritu de amor y que le concedáis la gracia de haceros amar mucho”. Decía ella: “Mi deseo en la tierra y en el cielo es amar a Jesús y hacerle amar” (Carta 188).

Tenemos que cultivar, movidos por el Espíritu, la comunión con todo el pueblo, pero especialmente en el presbiterio diocesano, en los arciprestazgos, en las unidades pastorales... El Espíritu que hemos recibido y que nos constituye presbíteros en el presbiterio, copresbíteros, nos debe llevar estar cerca unos de otros, ser hermanos de verdad, que comparten tareas, dialogan, proyectan en común, programan, llevan a cabo en común la pastoral de conjunto recogida en el Plan Diocesano, evalúan en común. Pasan ratos juntos, comen juntos, rezan juntos, se duelen juntos, se alegran juntos. Se quieren, se corrigen, llevan las cargas. Debemos cultivar las relaciones entre nosotros y procurar que sean cálidas y auténticas. San Agustín dice: “Se siempre humano, ama; se severo para el pecado, no para la persona” (Sermón, 13,8).

3. Tercero: El Espíritu está sobre mí, me ha ungido y me ha enviado. Está no sólo para alegría nuestra sino para enviarnos a la misión: Como el Padre me ha enviado, así os envío yo. Jesús así lo hizo siempre. El papa Francisco nos llama a salir. El Plan de Pastoral nos invita a hacerlo con alegría y desde la fe. Salir supone cuidar al pueblo, consolar, llevar alegría a los afligidos, proclamar la liberación a los cautivos, anunciar a todos el año de gracia, el amor y la misericordia de Dios para con todos. Los destinatarios privilegiados deben ser los pobres, física, moral, e spiritual, los heridos de la vida, los humildes, los sencillos y descartados.

4. ¿Desde dónde hacerlo? Desde el Espíritu Santo que es Amor, desde el amor. El primero de sus frutos es el Amor (Gal 2). Si no tengo amor no soy nada. (I Cor 13). Y todo para llevar a cada hombre al encuentro con Cristo, y desde Cristo, impulsar la cultura del encuentro, la cultura del Reino. Tenemos que construir en el Espíritu una iglesia que responda a lo que anhelan los jóvenes, y creo que todos los bautizados: una comunidad trasparente, acogedora, honesta, atractiva, comunicativa, asequible, alegre e interactiva, una iglesia que proclame la alegría del evangelio (Documento de la reunión Pre-sinodal de los jóvenes, Roma, 19-24 de marzo de 2018, 11).

Hermanos y hermanas: El espíritu nos ha ungido; Caminemos según el Espíritu, dejémonos conducir por el Espíritu, vivamos por el Espíritu, marchemos tras el Espíritu de Cristo. (Gal. 5).

Que cada día leamos este evangelio de hoy, lo oremos y meditemos; que podamos decir siempre: Hoy se cumple esta Escritura como se cumple en la Eucaristía.