Homilía en el Jueves Santo 2018

Homilía en el Jueves Santo 2018

Comenzamos, hermanos y hermanas, la celebración de la Pascua del Señor. Tres días en honor de Cristo, muerte, sepultado y resucitado, como dice San Agustín. Tres días que son el Viernes Santo, el Sábado Santo y el Santísimo día de la Resurrección del Señor que se prolongará hasta Pentecostés, el día que con su luz ilumina y renueva toda nuestra existencia personal y comunitaria, terrenal y eterna.

Y como pórtico celebramos este Jueves Santo en la Cena del Señor. El Evangelio proclamado, el gesto del lavatorio y la Eucaristía recogen en síntesis el sentido de toda la Pascua.

«Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo... Estaban cenando» (Jn 13, 1-2ª). Así nos narra San Juan el comienzo de la Pasión, muerte y resurrección de Jesús con el relato de la Última Cena. «Los amó hasta el extremo». ¿Qué es hasta el extremo?

Hace muy poco, el día 24 de este mes, moría en un hospital de Carcasone el teniente coronel Arnaud Beltrame; no sé si lo recordáis. Un terrorista islámico, después de matar a una persona y robarle su coche, se dirigió a Trebes, un pueblecito del Pirineo francés. Entró en un supermercado y secuestró a varias personas. Rodeado por la policía no tenía salida y amenazaba con matar a todos. Tres rehenes fueron asesinados y 16 más fueron heridos. Entre los heridos estaba Arnaud Beltrame, teniente coronel de la Gendarmería Francesa que se ofreció como rehén en lugar de una señora empleada del supermercado y posibilitó el asalto policial al supermercado. Los rehenes fueron liberados, el terrorista murió por disparos de la policía, pero antes el terrorista hirió al gendarme en el cuello, muriendo pocos el día 24.

El P. Jean Baptiste, un monje de la abadía de Lagrasse, en Francia, que acompañó a Arnaud en sus últimos momentos, desveló el motivo de su acción. Arnuad, nacido en un hogar poco practicante, era inteligente, hablador, deportivo, carismático y le gustaba hablar de su conversión. Se convirtió a la fe cristiana en 2008, en torno a los 33 años de edad; recibió la primera comunión y la confirmación en 2010 tras dos años de catecumenado; hizo como peregrino el Camino de Santiago. En 2015, en una peregrinación a un santuario mariano, pidió a la Virgen María encontrar a la mujer de su vida, y empezó a salir con Marielle, cuya fe es profunda y discreta. Se casaron civilmente, como es costumbre en Francia, en 2016. Esta joven pareja acudía habitualmente a una abadía a participar en las misas, y enseñanzas, Estaba preparando su matrimonio católico y el expediente matrimonial y pensaban casarse el día 9 de junio.

Después que quedar herido fue llevado al hospital inconsciente. Recibió el Viernes de Dolores la Unción de los Enfermos y la bendición apostólica en presencia de su esposa. No se casó porque estaba inconsciente. Y murió. No tendrá jamás hijos carnales, pero su entrega no será estéril.

La fuente de la acción de Arnaud ha sido Jesucristo, el que “nos amó hasta el extremo”.

Ese amor extremo, loco, que nos sorprende y admira a todos, se expresó a la largo de toda la vida de Jesús, desde la encarnación, el nacimiento, la infancia, la vida adulta por los caminos de Judea, Galilea. Con sus palabras y obras, con toda su persona, con su actividad y descanso. Pero Él, al final, lo manifestó plenamente muriendo, siendo sepultado y resucitando. ¿Qué más podía hacer por nosotros?

Antes de su Pasión quiso expresar su entrega por amor hasta la muerte y muerte de Cruz en una cena con sus discípulos. Una cena fraterna, de amigos, una cena pascual, con la que los judíos celebraban la liberación de la esclavitud, el paso del Señor que los liberó de Egipto, de la esclavitud y la muerte a la vida.

En esa cena, además de comer juntos el cordero pascual y expresar su amistad, lavó los pies de los suyos. Él, el Señor, se rebajó siendo Dios, y se puso a lavar los pies; un amor que lava las culpas y perdona, un amor que se expresa en realizar un servicio de esclavos. Admirémonos: Dios que se abaja, el Omnipotente que se hace esclavo, pero por amor. Pero su amor es más fuerte que la muerte, la debilidad de Dios es más fuerte que lo más fuerte de los hombres. Murió, sí, y fue sepultado, pero ha resucitado. Por eso hacemos fiesta celebrando su amor, su muerte y resurrección.

Esta cena es la que hoy celebramos nosotros aquí en la Catedral. Esta es la que celebramos todos los días en la Eucaristía, particularmente el Domingo, cuando nosotros, en torno a una mesa, el altar, cantamos con alegría, fuerza y júbilo: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección; ven Señor Jesús», comulgamos de la Palabra y del Cuerpo y la Sangre de Cristo para vivir de su mismo amor. Nos presiden los sacerdotes, hermanos que tienen la misión de hacer presente a Cristo, servidor y esclavo de todos. Ellos actualizan los gestos, las palabras y las actitudes bajo la acción del Espíritu Santo.

Tres cosas quisiera recordar con vosotros.

1ª. Tenemos que amar la Eucaristía, el gran invento del amor de Dios. Tenemos que vivirla en profundidad. En ella Dios nos reúne, nos habla como a amigos e hijos en la Liturgia de la Palabra; nosotros hablamos con él orando. Damos gracias, hacemos memorial de su entrega, de su carne entregada por nosotros y su sangre derramada por todos; lo hacemos en comunión de fe y amor con toda la iglesia, con la iglesia peregrina, presidida por el Papa Francisco, y de la que forman parte Santa María, la Virgen, San José, los santos y los difuntos. Y con ellos damos gloria y alabamos al Padre y al Hijo y en el Espíritu Santo, a Dios, al Uno y Trino, el Dios que es amor. De ella comemos, nos alimentamos, vivimos y existimos.

2ª. Tenemos que pedir por nuestros sacerdotes, presencia sacramental de Jesucristo, presencia en las vasijas de barro de nuestras personas, pero presencia que contiene el vino del amor, el buen olor de Cristo. Tenemos que pedir por las vocaciones, de manera especial a las vocaciones diaconales y sacerdotales. “Señor, manda, obreros a tu mies, como enviaste a los apóstoles, a San Manuel González, y a tantos otros”. Los necesitamos. ¿Quién si no nos va a hablar de ti, nos va a hacer presente tu Palabra que ilumina, quién nos va a partir del pan de la unidad y la copa de la bendición de tu amor? Escúchanos, Señor.

3ª. Tenemos, hermanos, que hacernos pan, hacernos servidores y esclavos que sirven por amor, que aman hasta el extremo, como Arnaud. Y ¿cómo? Siendo hombres y mujeres que aman, que se entregan como Jesús, que no piensan en sí mismos, ni en su bienestar y comodidad, que no buscan tener más, ser más famosos, tener más poder, sino que buscan el bien más pleno, integral y posible de los otros; que no quieren ser servidos sino servir, que perdonan, no siete veces, sino setenta veces siete porque ellos se saben perdonados, lavados, que hacen el bien y luchan contra el mal, etc. Y comenzando por los de la propia casa, la familia, los vecinos, el pueblo, en esta tierra nuestra de Palencia, en España tan agitada y revuelta, en la humanidad entera. Un amor que sea hace caricia, palabra amable, ternura, favor desinteresado, misericordia fiel y eterna, compañía cercana, compasión con los más pobres y humildes, con los postergados y olvidados de la sociedad, los enfermos, los ancianos, los que están solos, los heridos de la vida, los jóvenes, los varones y las mujeres maltratados. Un amor que sale al encuentro del otro, que no espera que vengan a nosotros, sino que corre al encuentro del hermano, del que consideramos oveja perdida, moneda perdida, hermano pródigo. Tenemos que admitir como comensales en nuestra mesa y en nuestra vida a todos, como Jesús nos admite a nosotros, pecadores perdonados, incluso a Judas. No se trata de darles las sobras, ni las migajas que caen de nuestra mesa, sino darnos nosotros mismos con todo lo que somos y tenemos.

Esto, hermanos y hermanas, es hacerse pan para que otros se alimenten y no haya hambrientos ni sedientos, esto es hacerse vino para alegría y esperanza de una humanidad nueva en paz, justicia y amor, esto morir con Cristo para resucitar con Cristo, para vivir con Él. Esto es celebrar la Pascua y ser Pascuales.

Que nos gloriemos siempre en el amor de Cristo, un amor que le llevó a la cruz, y que nosotros seamos por nuestra entrega y amor gloria de Cristo.