Feliz Pascua, hermanos. Aleluya.
Alabemos al Señor porque este es el día en que actuó el Señor; sea nuestra alegría y nuestro gozo. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
Un gran mensaje nos trae la Pascua: Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la tierra de los judíos y en Jerusalén. A este le mataron, colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día.
Humanamente es inexplicable la resurrección. Jesús murió. Un soldado le atravesó el corazón, comprobaron que estaba muerto, lo amortajaron según acostumbran los judíos, lo enterraron en un sepulcro nuevo.
María Magdalena guiada por el amor hacia Jesús, va al sepulcro; busca diligentemente. El sepulcro está vacío. También Pedro y el otro discípulo corren, buscan. No lo encuentran. No lo han robado porque las vendas, los lienzos con que lo amortajaron están doblados, cuidadosamente plegados, pero creen. “Vio y creyó”... ¿Qué ha pasado?
La resurrección, hermanos, es un acontecimiento inesperado e inexplicable humanamente: es algo divino. El Padre revela el misterio: HA RESUCITADO, NO ESTÁ AQUÍ. La fe nos dice que el Padre intervino en la historia y lo resucitó con la fuerza del Espíritu, de su amor, porque el amor de Dios es más fuerte que la muerte, porque Dios es fuente de vida por amor.
La resurrección es un conocimiento que viene de la fe, de fiarnos de Dios, de confiar en la palabra de Jesús que tantas veces había hablado de la resurrección. No porque seamos más crédulos, o más listos, o porque busquemos un consuelo, no; es porque se nos ha concedido esta gracia.
La fe en el Resucitado, ilumina todo, el cielo, la tierra, la alegría, el dolor, hasta la misma muerte. Ilumina la vida de Jesús, su causa, su modo de vivir y de morir. Es fuente de luz para nosotros para intuir el misterio de Dios que es amor misericordioso y penetrar en el misterio del hombre y nuestros anhelos profundos de vida plena, de amor pleno, de felicidad plena; hemos resucitado ya con Cristo.
Esta fiesta nos llama a gozar y a dar testimonio como Pedro: Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la tierra de los judíos y en Jerusalén.
¡Cómo?
Buscando las cosas de arriba, como nos dice San Pablo. Buscar las cosas de arriba no es vivir en las nubes, ni irse por las ramas, ni huir de este mundo y sus problemas, no es vivir de ensueños, sino de Cristo, del Espíritu de Cristo, de los valores espirituales de Cristo. Como dice el Papa no es vivir en la mundanidad, sino en la eternidad, de los valores que no pasan.
Buscar las cosas de arriba donde está Cristo sentado a la derecha de Dios es vivir de la fe, creyendo en Dios que es Padre, Hijo y Espíritu, en su amor, escuchando su Palabra; es cimentar nuestra vida en Cristo, encontrarnos con él, con su persona, enamorarnos de él y seguirle como la Magdalena, aunque no veamos claro. Es vivir como bautizados la vida auténtica que está en Cristo como hijos del padre, hermanos de Cristo y personas habitadas por el Espíritu. Es anunciar la fe a los demás, no ocultarla, no avergonzarse de Jesús. Es participar en la vida de la comunidad cristiana formada por todos los que creemos en él, lo celebramos y nos encontramos con él especialmente el Domingo, e intentamos vivir según él y como él.
Aspirar a los bienes de arriba no a los de la tierra es vivir de la esperanza. Somos una comunidad de peregrinos que no tenemos morada definitiva en esta tierra sino en la casa del Padre. Los bienes de la tierra los necesitamos para nosotros, nuestras familias, para compartir con los más necesitados, pero no pueden llenar nuestro corazón. Vivir de y en la esperanza es confiar en su Palabra y en las promesas de Dios contra toda esperanza, es saber que merece la pena vivir según el Evangelio, que Dios no defrauda porque nos ama mucho más allá de lo podemos soñar e imaginar; es vivir con la convicción profunda de que nuestra peripecia humana tiene un fin feliz, ser resucitados y gloriosos juntamente con Cristo
Buscar las cosas de arriba es vivir de la caridad. Cultivar la generosidad, el servicio, abiertos y atentos al prójimo y sus necesidades. Es comprometernos con esta tierra nuestra y sus gentes, queridas y amadas. Es vivir desde la cultura del encuentro, del perdón y la misericordia; es pasar haciendo el bien y curando a tantos heridos de la vida por el desamor, la enfermedad, la muerte, la violencia, el paro, la droga, la injusticia, la insolidaridad, el abandono, la explotación y la indiferencia. Es dar la vida en servicio, entregar la vida como lo hizo el Gendarme Francés, Arnaud Beltrame, como lo han hecho los mártires, como lo hacen tantas personas en un servicio, callado, con humildad, sin buscar reconocimiento; es vivir desde el amor más grande, como el de Jesús, que nos amó hasta el extremo.
Hermanos y hermanas: Aleluya. Merece la pena creer en Cristo Resucitado, esperar en Cristo, y amar a Cristo y como Cristo. Este es el día en que actuó y actúa el Señor, presente en la comunidad, en su Palabra y en la Eucaristía; sea Él nuestra alegría y nuestro gozo. Demos gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.