Homilía del Nuncio de Su Santidad en la Eucaristía del VII Centenario de la Catedral de Palencia

Homilía del Nuncio de Su Santidad en la Eucaristía del VII Centenario de la Catedral de Palencia

Homilía de Mons. Bernardito Cleopas Auza, Nuncio apostólico de Su Santidad en España, en la Eucaristía del VII Centenario de la Santa Iglesia Catedral de San Antolín, diácono y mártir, de Palencia.

 

5 de junio de 2021

 

Excelencia Reverendísima Señor Obispo de Palencia,
Eminencias, Señores Cardenales,
Excelencias, Señores Obispos,
Excelentísimo Cabildo Catedralicio,
Sacerdotes Concelebrantes,
Excelentísimas Autoridades,
Hermanos todos en Cristo:

En mi calidad de Representante del Santo Padre en España, me uno a vosotros en esta celebración tan significativa con motivo del Séptimo Centenario de esta Santa Iglesia Catedral de Palencia. Les expreso, en nombre del Papa Francisco, su felicitación a la que uno la mía propia, y hago llegar su bendición a todos los fieles de la Diócesis de Palencia que se alegran por este histórico acontecimiento. El presente, se trata del tercer edificio catedralicio cuya primera piedra, el 1 de junio de 1321, fue bendecida y colocada por el Cardenal Guillaume Peyre de Godin, O.P., Legado (1320-1324) del Papa Juan XXII en España. La edificación se prolonga hasta el año 1516. 

Antes que identificarse con su valor histórico y artístico, que aquí es inmenso, mejor dicho, intangible, la Iglesia Catedral, en sí, es aquella en la que el Obispo tiene situada la Cátedra, signo del magisterio y de la potestad del pastor de la Diócesis, como también signo de unidad de los creyentes en aquella fe que el Obispo, en comunión con el Colegio Episcopal, y todos, con el Sucesor de Pedro, el Papa, anuncia como Pastor del pueblo cristiano que se le ha confiado (Cf. Ceremonial Obispos 42). 

El alegre recuerdo de hoy es motivo de gratitud al Señor por la Iglesia en Palencia en sí, y por cuanto ella también ha contribuido en relación con las demás Iglesias particulares en España y en el mundo. En este sentido, por su propio peso y además por tratarse de un Año Jubilar que concurre ahora, he de recordar la institución de la primera Universidad en España donde estudió y enseñó Santo Domingo de Guzmán (1170-1221), Padre Fundador de la Orden de los Predicadores, o los Padres Dominicos. Estamos celebrando el octavo centenario de su tránsito también. Aquella Universidad, que arranca del prestigio adquirido por la escuela episcopal del Obispo Conancio (607-639), erigida por el rey Alfonso VIII y el Obispo Tello Téllez de Meneses (1208-1246) con la Bula del Papa Honorio el 30 de octubre de 1220. 

Son muchos los santos ligados a Palencia y a su espacio catedralicio. Es difícil señalar entre ellos, pero las circunstancias nos hacen recordar al palentino misionero en Filipinas y protomártir de China, el dominico San Francisco Fernández de Capillas (Fu’an, Ningde, 15 de enero de 1648). Los santos palentinos dan fe de una Iglesia muy viva y misionera, pudiendo señalarse el celo misionero del Beato Pedro de Dueñas OFM, de San Pedro Regalado, del Beato Francisco de Jesús, mártir en Japón, así como de la sangre de tantos mártires, entre los cuales, no faltan en las páginas de la persecución religiosa durante el Siglo XX en España. En aquellos años se santificaba en la abadía cisterciense de San Isidro de Dueñas San Rafael Arnaiz (1911-1938), propuesto a los jóvenes por San Juan Pablo II y canonizado por Benedicto XVI. En aquellos difíciles años regía también la Diócesis San Manuel González (1935-1940), el Obispo de los Sagrarios abandonados, canonizado por el Papa Francisco.

Damos pues ahora gracias a Dios por todos los dones otorgados a esta Iglesia particular y a través de ella a toda la sociedad, de los cuales es prenda, testigo y reflejo esta construcción para gloria de la Santísima Trinidad.

Como dijo San Pablo VI, “Por la majestad de su construcción la Santa Iglesia Catedral es signo del templo espiritual que se edifica en las almas y que resplandece por la magnificencia de la gracia divina…manifestación de la imagen expresa y visible de la Iglesia de Cristo que predica, canta y adora en toda la extensión de la tierra. Debe ser considerada ciertamente como imagen del Cuerpo místico de Cristo, cuyos miembros se unen mediante un único vínculo de caridad, alimentados por los dones que descienden como el rocío del cielo” Const. Apost. Mirificus eventus, 7 de diciembre 1965: A.A.S. (1965), pp. 948-949.  (Ceremonial de los Obispos, 43). 

Qué más puede decirse de la Iglesia Catedral, y cuánta razón para llamarla “Santa”. Santa Iglesia Catedral. Recordar cada año el día de su consagración a Dios, y ahora este Séptimo Centenario, nos ofrece la oportunidad de considerar el misterio de la Iglesia en el que estamos inmersos por la misericordia que el Señor ha tenido para con cada uno de nosotros llamándonos a formar parte de ella. La Iglesia es expresión de la comunión personal de Dios Uno y Trino, que ha querido extender su comunión a los hombres a través del Hijo encarnado en el seno de la Virgen María. La Iglesia ha sido fundada en el tiempo por el Hijo y, continuamente, es vivificada por el Espíritu Santo.

Somos una comunidad congregada por la fe y la Eucaristía.  Dios ha tomado la iniciativa de revelarse y de dar a conocer al hombre, que él ha creado y redimido, su proyecto de amor. Buscándonos, viene a nuestro encuentro y quiere tener con nosotros una relación de vida, en El que es la fuente del amor y de la vida. “El cristianismo nace del acontecimiento de la resurrección- nos recuerda el Papa Francisco-. No es una ideología o un sistema filosófico, sino un camino de fe a partir de un acontecimiento que testimoniaron los primeros discípulos…o sea, que Jesús está vivo. Si todo hubiera concluido con su muerte, Jesús sería un buen ejemplo de entrega, pero eso no podría generar nuestra fe (Audiencia general 19/04/2017).

Al prestar atención a la Palabra proclamada en esta celebración, podemos sentirnos mirados por Jesús, como lo fue Zaqueo. Cada uno de nosotros, nacidos en medio del pueblo cristiano, somos invitados a reconocer la mirada que Nuestro Señor Jesucristo dispensa a cada uno. Él nos ha llamado a formar parte del Nuevo Pueblo de Dios: “Vosotros…sois un linaje elegido, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido por Dios para que anunciéis las proezas del que os llamó de las tinieblas a su luz maravillosa”. Como a Zaqueo, la mirada que Jesús le dispensó, ilumina nuestra situación en relación con Dios y con los hermanos. Zaqueo, recapacitando en cuanto él se había aprovechado de los demás para su propio lucro, se determinó generosamente no solo con resarcir, sino, mucho más allá y por encima de los deberes de “justicia”, quiso hacer de su corazón, de su mente y de todo su ser, un obsequio a Jesucristo valorado por encima de todo y de todos.

 Para terminar, fijémonos en el maravilloso ejemplo del Obispo San Manuel González. Palencia está celebrando ahora en el espacio catedralicio que guarda su cuerpo, un Año Jubilar con ocasión del Centenario de la Fundación de las Misioneras Eucarísticas de Nazaret, fundadas por él. Un Año Jubilar, concedido por el Papa Francisco que comenzó el 3 de mayo de 2021, pero, a consecuencia de la covid-19, se ha convertido en un Bienio Jubilar. Su recuerdo se hace tanto más obligado cuanto que nos hallamos en las vísperas del Corpus Cristi.

Como bien sabéis, en el tiempo difícil en que San Manuel González vivió, sintió profundamente el “abandono” del Sagrario. Partiendo de este hecho no incurrió en la tentación, en la seducción fácil de propuestas inventadas de ningún color, así que este Santo Obispo deja escrito muy en consonancia con el pasaje del Evangelio del rico Zaqueo que hemos escuchado, cómo él quiso definirse: “Yo no quiero ser el Obispo de la sabiduría, ni de la actividad, ni de los pobres, ni de los ricos. Yo no quiero ser más que el Obispo del Sagrario abandonado… A eso voy… a dondequiera que me manden, a ser el Obispo de los consuelos para dos grandes desconsolados: el Sagrario y el pueblo. El Sagrario desolado porque se ha quedado sin pueblo, y el pueblo desolado porque se ha quedado sin Sagrario conocido, amado y frecuentado” (Obras Completas, Tomo I, Aunque todos, yo no, nn. 120-121).

Comprometidos pues en el empeño por el Evangelio de Cristo, elevo hoy, por todos vosotros, mi oración a Jesús, a fin de que, con corazón humilde y sencillo, ésta querida Diócesis viva con coherencia la fe, dando testimonio constante, a fin de que, en el presbiterio, en las familias y en la sociedad, resplandezca la luz vivificante del Evangelio con ardor misionero.

Invoquemos a María, Madre de la Iglesia, que ella sea siempre la Madre amorosa de la Iglesia que pelegrina en Palencia. Que así sea.