Comenzamos este domingo un ciclo de tres parábolas referidas a las viñas coincidiendo con el tiempo de la vendimia. Podemos resumir y sintetizar el mensaje de la parábola de hoy con la frase: “nunca es demasiado tarde”.
A igual trabajo, mismo jornal, propone nuestra lógica y nuestro pensamiento comercial. Establecemos condiciones salariales basadas en la igualdad, el horario, el rendimiento y la productividad. Nos sorprende que, en la parábola, las condiciones de Dios sean otras. El dueño de la viña contrata trabajadores al inicio del día, a media mañana, por la tarde y al atardecer y a todos les recompensa de la misma manera. Y aquellos trabajadores que más tiempo se esforzaron protestan y se quejan porque no reciben más que los demás. Aquel amo no ha respetado un código de derechos que premia con mayor salario al que más trabaja. Pero me temo que la parábola nos hace una nueva propuesta para nuestra reflexión sobre el trabajo en la viña del Señor y la recompensa que Él nos dará.
Invitación constante
La invitación constante y permanente que Dios nos hace a todos nosotros para trabajar en su viña constituye el centro de la parábola. Dios no se cansa de llamarnos, de salir a todas las horas de nuestra vida para proponernos trabajar en su viña. En la mañana de nuestra vida, al mediodía o al atardecer de nuestra existencia, Dios pasará a nuestro lado para invitarnos a trabajar y así ganarnos el salario de nuestra salvación. Sorprende, muy agradablemente, que todos acepten la invitación y vayan a trabajar. Veamos en esa actitud un estímulo y aliento para descubrir que nunca es demasiado tarde para trabar en la viña del Señor y procurarnos así el salario celestial. Debemos estar atentos y descubrir ese momento en el que el Señor me sigue invitando a no quedarme en la plaza con los brazos cruzados y aceptar su invitación. Tenga los años que tenga Dios me sigue proponiendo la tarea y espera que la acepte.
Una única recompensa
Aunque no responda a nuestra lógica economicista, para el Señor sólo puede haber un sueldo o salario o recompensa por lo trabajado tanto se haya trabajado todo el día o sólo parte de la jornada. Preguntémonos: los que llegan tarde, los que viven menos, los que su jornada es corta en horario, ¿no tendrán derecho al Reino? Indudablemente que sí. Esta es la lógica de Dios el mismo premio para todos sus hijos que aceptaron su invitación. Por ello la recompensa que Dios da a quien en su viña trabaja tiene que ser única e igual. La generosidad de Dios no tiene límites, y así recompensa con el salario del cielo a todos los que para Él trabajaron. Todos nosotros recibiremos la misma paga al fin del día, no importa cuando respondamos a la invitación. No puede ser de otra forma. Dos enormes santas nos ejemplarizan este proceder de Dios. Las dos se llaman Teresa, de Jesús y de Lisieux; las dos aceptaron la invitación a trabajar para el Señor en distintos momentos de su día, una a los 40 años y la otra en niñez; una trabajó hasta el final del día y la otra muy poco tiempo, pero las dos recibieron el mismo premio: la corona de la salvación.
Acabamos con nuestro compromiso. Hoy y ahora, este momento en el que vivo es el tiempo de responder y aceptar la invitación de trabajar en la viña del Señor porque así ganaremos nuestro denario de salvación.
José María de Valles. Delegado diocesano de Liturgia