Otro año más llegamos a esta fecha, el once de febrero, que nos pone ante el espejo de nuestras propias “goteras”, siendo también una oportunidad para percibir y dolernos, comprender, acoger y cuidar las de los demás. “Cuantos más años, hijo, más goteras”, solían decir nuestros mayores.
¿Goteras? Sí. Goteras son, como en cualquier edificio, todo aquello que convierte en insalubre, maloliente y amenazado de ruina el ámbito al que llamamos nuestra vida, nuestro hogar, el entorno que da sentido a nuestra existencia y donde nos encontramos en casa. Goteras entendidas como achaques, dolores, disfunciones y enfermedades que hacen perder, a quien las sufre, ese ritmo general al que camina la sociedad, haciendo peligrar la estabilidad y la vida entera de quienes las padecen.
Goteras de mayor o menor calibre, pero todas con un destinatario con nombres y apellidos, que está deseando recuperar su salud y las riendas, los ritmos, la música y las sonrisas de su vida. Goteras capaces de sumir a una persona en una profunda tristeza y desesperación, hiriéndola con el arañazo de la soledad y la incomprensión. “No entienden mi sufrimiento”; “qué fácil es hablar y dar consejos desde la barrera”; “se creerán que me gusta encontrarme en esta situación”; “cuánto me duele, ¡y no lo entienden!”, “y mi familia, ¿por qué no viene a estar conmigo?; “Dios mío dónde estás”… Si pudiéramos escuchar, en el silencio de la noche, el eco que sale de la mente y del corazón de las personas que habitan cada ventana iluminada a esas horas en los hospitales, residencias, centros asistenciales, o domicilios particulares de Palencia y de cualquier otro lugar de España y del mundo, nos encontraríamos con frases y situaciones muy parecidas a estas. Si las paredes hablasen…
Este Día Mundial del Enfermo, ¿tiene entonces algún sentido, alguna razón de ser ante tanta gotera? Surgen con fuerza dos ideas que pueden marcarnos el camino de vuelta a casa en medio de la tormenta que supone cualquier tipo de enfermedad, dolor y sufrimiento.
El Papa Francisco nos recuerda en su Mensaje para esta XXXII Jornada Mundial del Enfermo: “No conviene que el hombre esté solo” (Gn 2, 18). Y subraya la importancia de cuidar al enfermo cuidando sus relaciones. Junto a esta propuesta llena de belleza y plena de actualidad, la Conferencia Episcopal Española, desde la Comisión para la Pastoral Social y Promoción Humana nos lanza otro reto convertido en un lema “con mucha miga”: “Dar esperanza en la tristeza”. Desde la Iglesia y sus Pastorales de la Salud, íntimamente unidas al resto de realidades eclesiales, estamos convencidos que esto no es una simple y bella utopía, sino algo posible, creíble y real. Sí, es posible dar verdadera esperanza en todo momento de la vida, de manera especial en momentos verdaderamente tristes, complicados y dolorosos. Sí, es posible. Sí, es tan creíble como creíble es el valor sagrado que cada persona tiene, no importa en qué momento de su vida se encuentre y por qué situación esté atravesando. Sí, compartir la esperanza con los más desesperanzados es posible. Se puede lograr contagiando la calidez y la ternura, la firmeza y la decisión, la gratuidad y la responsabilidad, la fe y la confianza como motores de una sociedad sana, como lo son la defensa, acogida y acompañamiento al miembro más vulnerable de la comunidad. Como lo es el ritmo acompasado al de los más vulnerables de entre los vulnerables. Si, es posible compartir la esperanza con aquellos que no la tienen, que la han perdido, incluso con aquellos que creen que nunca existió.
La Jornada Mundial del Enfermo, que en Palencia celebraremos el 11 de febrero de 2024 en la iglesia de Ntra. Sra. de la Calle a las 19:30 con la EUCARISTÍA presidida por nuestro Sr. Obispo D. Mikel Garciandía, y la tradicional PROCESIÓN DE ANTORCHAS, supone asumir entre todos la misión de:
Evangelizar, dando a conocer una buena, una excelente noticia a aquellos que muchas veces ya ni la esperan. Llevar a cabo este reto atendiendo, acompañando y humanizando, curando y cuidando a esa porción del mundo de la enfermedad, de la salud mental, de la soledad, de la desesperanza, de la vulnerabilidad, de los cuidados especiales que nos salen al encuentro. Hacerlo con mucha dedicación y entusiasmo, con gran humildad y disponibilidad. Crear redes de colaboración entre personas enfermas y sus familias, amigos, vecinos y seres queridos, equipos médicos, terapéuticos y hospitalarios, equipos parroquiales de pastoral de la salud y de atención espiritual y religiosa, etc. Plantearnos las cuestiones profundas del sentido de la enfermedad, el dolor, el sufrimiento. No hacerlo solos: apoyarnos en la experiencia de tantas personas que, encarnando su enfermedad en el conjunto de su vida, vueltos los ojos a Dios, al interior de sí mismos y a los demás, nos dan razones para seguir caminando, sonriendo, y confiar esperanzados.
Es un reto, sí. Pero un reto posible y estupendo en el que estamos todas y todos invitados a participar.
Luis Turrión
Secretariado de Pastoral de la Salud, diócesis de Palencia.