Material para el Animador de la Palabra.
Celebración de la Fiesta de la Presentación del Señor. Ciclo C.
1. AMBIENTACIÓN
Podemos colocar un cartel con una de estas frases: “Hemos visto la salvación”, “La Esperanza: Un arte para envejecer” o “Lámpara es tu Palabra para mis pasos”.
Símbolos: Cirio pascual encendido y junto a él varias velas apagadas.
2. RITOS INICIALES
Monición de entrada. Bienvenidos a la celebración, nos reunimos hoy Junto a María, José y Jesús, esta familia que, ya en fechas pasadas, celebrábamos como modelo de toda familia humana. A los cuarenta días de la Navidad la Iglesia celebra con gozo a Jesús como: “Luz para todas las naciones”. Es como un puente entre la Pascua de Navidad y la Gran Pascua de la gloriosa resurrección del Señor. María -Madre de Dios- constituye el vínculo de unión entre dos acontecimientos de la salvación, tanto por las palabras de Simeón como por el gesto de ofrenda del Hijo.
Es la fiesta del encuentro, de la Esperanza encarnada en Simeón y Ana con el Hijo de Dios. Jesús es la novedad en cualquier etapa de la vida. Dispongamos nuestro corazón para el encuentro con Jesús, luz para nuestro camino.
Canto
Saludo. Hermanas y hermanos, bendigamos al Señor que nos invita a ser luz.
Acto penitencial
Tú, luz que brilla en nuestra tiniebla, Señor, ten piedad
Tú, luz que alumbras a todas las naciones, Cristo, ten piedad
Tú, lámpara para nuestros pasos, Señor ten piedad
Gloria
Oración. Te has mostrado con todo tu esplendor, para que todo ojo vea. Señor, que todos tengamos la misma escala de valores, de luces y de sombras y seamos de una vez y para siempre hermanos. Tú, que encendiste la luz para colocarla en el candelero, ilumina nuestra casa común y que todos vean y acepten tu salvación. Por J. N. S. Amén.
3. LITURGIA DE LA PALABRA
Monición a las lecturas. Dos son los mensajeros que nos presenta el profeta Malaquías, y el uno introduce al otro, el que prepara el camino al Señor que viene y el de la alianza, el Esperado... Dios viene en nuestro auxilio y es presentado como mediador hecho semejante a sus hermanos.
En el Evangelio vemos una secuencia curiosa del verbo “ver”: ver la muerte, ver al Mesías, ver la salvación. El Señor se presenta como Luz, y la misión de la luz es permitirnos y ayudarnos a “VER”.
Lecturas. Mal 3,1-4. Salmo o canto. Heb 2,14-18. Aclamación. Lc 2, 22-40. (Breve silencio)
Comentario homilético. Personas como Simeón y Ana nos invitan a no darnos por contentos con lo que a nuestro alrededor se califica de “felicidad” ... Quizás ellos mismos no sabían muy bien lo que esperaban, pero tenían la certeza que era algo, o mejor dicho “alguien” más grande que la pequeña felicidad cotidiana. Intentaban poner en orden su vida, se habían propuesto no conformarse con las pequeñas “esperanzas”; no se acomodaron a su tiempo, esperaban contra toda esperanza... A pesar de todo lo que tienen en contra (sobre todo, su avanzada edad), no dudan en seguir firmes en su propósito, algo que cambie radicalmente sus vidas y las de los demás, y se aferran incondicionalmente a pensar que su vida solo ha sido creada para ser salvada; esta es la fe por la que apuestan sus vidas, pues no creerlo sería para ellos sinónimo de muerte. Y aunque dure toda su vida -por más que por encima de su esperanza hayan pasado los años uno tras otro-, no se cansarán de aferrarse a que: “no morirán sin haber visto antes la salvación”.
Todo lo dicho anteriormente, en Ana, adquiere un valor añadido a su esperanza y tesón. En la antigüedad, una mujer dejaba de vivir cuando moría su marido; para la sociología y el derecho no era más que un apéndice de su esposo muerto. La vida de Ana debería haber finalizado, por tanto, con la muerte temprana de su marido, o, al menos, debería haber hecho todo lo posible por ser recibida de nuevo en la casa de otro hombre; pero Ana no hizo ninguna de las dos cosas y, no obstante, no es ni una desesperada ni una mujer dependiente, más bien encontró la fuerza para dirigir hacia Dios todas las expectativas de su vida y a esperar de otra manera para esa vida suya terrenal y espiritual.
Un gran ejemplo para tantos seres humanos oprimidos por el sufrimiento, la humillación y la vergüenza, para que no pierdan nunca la esperanza; no es fácil negar todos los motivos que se oponen a la esperanza, ¡hay tantos para pensar que humanamente no hay esperanza!: noticias cotidianas de hambrunas, guerras que no acaban nunca, violencia de todo tipo... y nosotros, como Ana y Simeón, seguimos confiando en el horizonte de la esperanza.
¿De dónde sacan -sacamos- la fuerza para seguir adelante con la esperanza puesta en un mañana mejor? Yo creo que de nada de este mundo, susceptible de ser comprendido o explicado humanamente. Siempre que nos encontramos con personas como Ana y Simeón, nos sentimos conmovidos y admirados y en el fondo solo podemos pensar como el evangelista Lucas: que tal tesón y confianza solo pude provenir de Dios
No hay duda de que el anuncio-profecía- de Simeón, es incomprensible para quien esté fuera de la escena del “Templo”, pues vive sólo en él, y la visión de su cumplimiento no pude demostrarse en modo alguno; parecen tan infantiles e ingenuas como la propia esperanza de los dos ancianos durante toda su vida... ¿Qué es, en efecto, lo que este anciano tiene entre sus manos y le provoca tanta alegría? En el fondo lo que ha vivido siempre en su interior: “un niño” Pues él, con su fe, ha seguido siendo un niño igualmente maravilloso, solo esos ojos “infantiles”, como los que tienen Simeón y Ana, están en condiciones de ver en este niño la “salvación”. En el fondo, eso que se ha mantenido, y se mantiene, sano e indestructible, esa imagen del “niño” que habita en cada uno de nosotros, es lo que constituye la certeza de todas las “Anas” y todos los “Simeones” de la historia.
Nuestra vida, como la de estos dos personajes maravillosos, ha de terminar en la confianza tranquila de que nuestro fin será el cumplimiento de una promesa. “Dios despide a salvo y en paz a su siervo”. Y una vez adulto, este niño que sostenemos en nuestros brazos, nos demostrará con su vida que ningún ser humano pude conformarse, ni darse por satisfecho con algo que no sea Dios.
Hacerse niño ante Dios es la condición para hacerse adulto ante los demás. El “seno” de la madre Iglesia, es el lugar del “nuevo nacimiento en Dios”. (Silencio de interiorización)
Comentario adicional = opcional.
La celebración de hoy nos sitúa -acertadamente-, en la Jornada de la Vida Consagrada. Jesús, el Hijo de Dios, cumpliendo la ley de Moisés, es el consagrado por antonomasia a Dios. El que nos ha dado ejemplo para seguir sus pasos en cuanto a vivir consagrados para Dios.
Después de Jesús, para las comunidades cristianas, esta “consagración” ya no fue un hecho obligatorio, ya no evocaba un hito histórico, ya no entraba bajo la ley, sino bajo el amor. Dejó de ser norma para todo primogénito, para ser una llamada particular de Dios y un acto libre y voluntario como respuesta: “Si quieres…, deja todo lo que tienes, y sígueme”.
Jesús al ser consagrado a Dios, lo es como primogénito; después de él, todos los que le seguimos, somos primogénitos en Cristo, porque en él se recapitulan todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, y porque él es nuestra cabeza formando con todos los cristianos, un cuerpo espiritual unido por el amor: todo lo que somos lo somos en Cristo, con él y por él.
Credo
Oración de los fieles
Por la Iglesia, para que sepa presentar siempre a Jesús a todos los que esperan, roguemos al Señor.
Para que las comunidades cristianas salgan al encuentro de todas las personas que buscan una respuesta a sus situaciones de angustia, roguemos al Señor
Por todos los que ansían el encuentro con Dios, para que vean colmada esta aspiración, roguemos al Señor.
Para que el Señor nos de sabiduría, y sepamos, como Ana, hablar a todos de Ti, roguemos al Señor
Para que tu Luz, ilumine a todos los que no te conocen y encuentren en Ti su fortaleza, roguemos al Señor
Gesto. Un grupo de fieles se acercan al cirio pascual y cogen las velas que hay junto a él, las van encendiendo en el cirio, y mientras las encienden dicen: En Él, todos podemos ser luz.
4. RITO DE LA COMUNIÓN
Monición. Jesús se presenta ante nosotros de mil modos: como luz, verdad, camino, vida, alimento... Para experimentar lo que vale sólo hace falta el deseo ardiente del encuentro. Disfrutemos la comunión con Jesús individual y comunitariamente.
Canto
Introducción al Padre nuestro
Te bendecimos, Padre con toda el alma
porque te has presentado de una manera maravillosa en Jesús,
como la luz primera que iluminó el amanecer de la historia.
Él ha entrado de manera admirable en el templo de cada corazón
abajándose a lo más hondo de la condición humana
y, alumbrado con su luz nuestra tiniebla,
nos ha ido aliviando con espíritu reconciliador.
Que maestría ha tenido para abrirnos los ojos.
Con qué respeto nos libera y nos convoca a hacer el bien.
Con qué sensibilidad se acerca a la caña cascada
y con su fuego reaviva nuestros mortecinos ideales.
No hay duda: Sólo los que tienen la luz de Jesús
son capaces de lanzarse a la misión.
Gracias, Padre, por la fe y por la vocación misionera.
Gracias por tu presencia en el templo de nuestro corazón.
Reconociendo tu cariño y queriendo ser dignos hijos tuyos,
te decimos en comunión fraterna: Padre nuestro...
Gesto de la paz
Distribución de la comunión: canto
Acción de gracias. espontaneo
5. RITO DE CONCLUSIÓN
Compromiso. Ver en cada persona, un templo donde habita Jesús.
Oración después de la comunión. Se toma del misal
Bendición
Monición final. La presencia de Jesús en nuestra vida es un regalo inmerecido, pero imprescindible, para poder vivir con dignidad nuestra vocación de bautizados. Nadie nos pude iluminar como Él, nadie nos fortalece como ÉL.
Ahora salimos a la calle y a la vida de cada día, intentemos ser luz para nuestros vecinos y vecinas, para nuestra casa, nuestra familia. El Señor nos acompaña. Ánimo y.… a la misión.
Canto final y despedida