Un plan para el futuro: RESUCITAR (I)

+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia

Con los ojos llenos de lágrimas y el miedo en el corazón no podemos dejar de mirar al futuro.

El futuro para los que han muerto, según la fe cristiana y el anhelo profundo de todo ser humano, es vivir, es la vida eterna y feliz, es seguir unidos a los que queremos, no físicamente, pero si realmente en Dios que tiene entrañas maternales, un Dios que nos ha creado por amor y en Cristo nos ha hecho hijos y hermanos y nos dado su Espíritu que es Señor y Dador de Vida. Un medio para expresar esa unión no es sólo el recuerdo en el corazón y este agradecido, sino también la oración.

Futuro para las familias de los fallecidos; superado el duelo hay que mirar adelante y afrontarlo como desearían y lo harían los que nos han dejado, con valentía, juntos, con energía.

Hay futuro para todos; es verdad que se presenta a corto y medio plazo -no sé a largo plazo-, con nubarrones y tormentas: la pandemia todavía no ha sido vencida y esta ha afectado también a la sociedad con el distanciamiento y la confinación, con el cierre y crisis de muchas empresas y las consecuencias de ERTEs, paro, miedo, dificultades para muchos para llegar a final de mes, por citar algunas consecuencias.

El papa Francisco ha querido sumarse al diseño de un futuro más feliz para todos. Lo ha hecho en un artículo que escribió para la revista española Vida Nueva y que ha sido publicado el pasado 17 de abril. Lo titula: “Un plan para resucitar”.

Arranca el papa del núcleo de la fe cristiana: que Jesús, el Señor, que murió en la cruz por amor a todos, ha resucitado: «De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó -a las mujeres- diciendo: “Alegraos”» (Mt 28, 9). El Señor sale a su encuentro para transformar su duelo en alegría y consolarlas en medio de la aflicción. Es el resucitado que quiere resucitar a una vida nueva a las mujeres y, con ellas, a la humanidad entera. Quiere hacernos empezar ya a participar de la condición de resucitados que nos espera.

Dice el papa: «Invitar a la alegría pudiera parecer una provocación, e incluso, una broma de mal gusto ante las graves consecuencias que estamos sufriendo por el Covi-19... Como las primeras discípulas que iban al sepulcro, vivimos rodeados por una atmósfera de dolor e incertidumbre que nos hace preguntarnos: “¿Quién nos correrá la piedra del sepulcro?” (Mc 16, 3). El impacto de todo lo que sucede, las graves consecuencias que ya se reportan y vislumbran, el dolor y el luto por nuestros seres queridos nos desorientan, acongojan y paralizan. Es la pesantez de la piedra del sepulcro que se impone ante el futuro y que amenaza, con su realismo, sepultar toda esperanza... es pesantez que parece tener la última palabra».

Frente a este cuadro presenta la actitud de las mujeres del Evangelio, que fueron capaces de ponerse en movimiento y no dejarse paralizar por lo que estaba aconteciendo. Ellas cargan sus bolsas con perfumes, y en medio de la oscuridad y el desconsuelo, se ponen en camino para ungir al Maestro sepultado. Por amor al Maestro, y con su típico, insustituible y bendito genio femenino, fueron capaces de apostar por la vida como venía: No huyen, presas del miedo y la inseguridad, como muchos de los Apóstoles, sino que ellas, sin evadirse ni ignorar lo que sucedía, sin huir ni escapar... supieron simplemente estar y acompañar. Así lo han hecho y hacen ahora muchas personas, vecinos, familiares, médicos, enfermeros, enfermeras, reponedores, limpiadores, cuidadores, transportistas, fuerzas de seguridad, sacerdotes, religiosas, abuelos y educadores y tantos otros que se animaron a entregar todo lo que poseían para aportar algo de cura, de calma y alma a la situación. Todos ellos no dejaron de hacer lo que sentían y tenían que dar... no son entregas en vano; no son entregas para la muerte. «La vida arrancada, destruida, aniquilada en la cruz ha despertado y vuelve a latir de nuevo». Esta es nuestra esperanza. La que no podrá ser robada, silenciada o contaminada. Toda la vida de servicio y de amor que ellos han entregado en este tiempo volverá a latir de nuevo. Basta con abrir una rendija para que la Unción que el Señor nos quiere regalar se expanda con una fuerza imparable y nos permita contemplar la realidad doliente con una mirada renovadora.

Y como las mujeres del Evangelio, también a nosotros se nos invita una y otra vez a volver sobre nuestros pasos y dejarnos transformar por este anuncio del Señor, con su novedad, puede siempre renovar nuestra vida y la de nuestra comunidad. En esta tierra desolada, el Señor se empeña en regenerar la belleza y hace renacer la esperanza: «Mirad que realizo algo nuevo, ya están brotando, ¿no lo notáis?» (Is 43, 18). Dios jamás abandona a su pueblo, está siempre junto a él, especialmente cuando el dolor se hace más presente.

Esta es la base del plan que propone el papa: actuar como las mujeres para hacer realidad la Civilización del Amor. El domingo próximo nos haremos eco de lo que nos propone concretamente el papa Francisco.

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