+Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia
El curso escolar marca siempre el final de las vacaciones de verano y la vuelta a la realidad diaria. También este año estamos reiniciando un nuevo curso; es verdad que, con incertidumbres, miedos, temores por culpa del coronavirus que sigue haciendo de las suyas en muchos ámbitos de la vida, en el sanitario, económico, social, político, religioso y ecológico.
Se han tomado medidas y protocolos que se están aplicando en las escuelas; en la vida social están siendo incumplidas en muchos lugares por falta de responsabilidad, aunque se comprende en parte porque cuando sometes a una olla a mucha presión, en cuanto se abre, puede explotar causando daños, muchas veces irreparables a propios y extraños.
¿Con qué actitudes enfrentar esta etapa? El papa Francisco presentó un plan para resucitar en la revista española Vida Nueva. En el artículo, teniendo como trasfondo la aparición de Jesús a las mujeres que se acercaron al sepulcro llevando aromas con la intención de embalsamar el cuerpo de Jesús. Pero no se encuentran con el cuerpo en la sepultura, sino con dos hombres, vestidos con vestidos refulgentes, ángeles, que les dicen: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí; HA RESUCITADO» (Lc 24, 1-12).
El papa apunta a construir la civilización del amor que es una civilización nueva, la civilización de la esperanza contra la angustia, el miedo, la tristeza, el desaliento, la pasividad y el cansancio. La papa concreta algo más y dice: «Si algo hemos aprendido algo en todo este tiempo -el tiempo de la epidemia- es que nadie se salva solo, las fronteras caen, los muros se derrumban y todos los discursos integristas se disuelven ante la presencia imperceptible que manifiesta loa fragilidad de la que estamos hechos».
También el papa invita a «hacer memoria de esta otra presencia discreta y respetuosa, generosa y reconciliadora, capaz de no romper la caña cascada ni apagar la mecha que arde débilmente (Cfr. Is 42, 2-3), para hacer latir la vida nueva que nos quiere regalar a todos. Es el soplo del Espíritu que abre horizontes despierta la creatividad y nos renueva en fraternidad para decir, aquí estoy ante la enorme e impostergable tarea que nos espera. Urge discernir y encontrar el pulso del Espíritu para impulsar junto a otras dinámicas que puedan testimoniar y canalizar la vida nueva que el Señor quiere regenerar en este momento de la historia». Este es el tiempo favorable del Señor que nos pide no conformarnos ni contentarnos y menos justificarnos con lógicas sustitutivas o paliativas que impiden asumir el impacto y las graves consecuencias de lo que estamos viviendo. El Espíritu no se deja encerrar ni instrumentalizar con esquemas, modalidades o estructuras fijas y caducas, nos propone sumarnos a sum movimiento capaz de hacer nuevas todas las cosas (Apoc 21,5) Esto implica «unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral. Cada acción individual no es una acción aislada, para bien o para mal; tiene consecuencias para los demás, porque todo está conectado en nuestra casa común». Todos somos corresponsables, artífices y protagonistas de una historia común. De manera particular «no podemos permitirnos escribir la historia presente y futura de espaldas al sufrimiento de tantos. Las emergencias nos llaman a vencer la globalización de la indiferencia y ha de ser derrotado ante todo con los anticuerpos de la solidaridad, la justicia y la caridad. Supone el esfuerzo comprometido de todos. Supone por eso, una comunidad de hermanos».
Quisiera señalar dos actitudes: Una: Cuidar y cuidarnos. Cuidar la propia persona, la familia, la comunidad, la sociedad, la naturaleza, la casa común... Cuidar especialmente a los que la sociedad actual considera irrelevantes, como son los ancianos, enfermos No olvidar que cuidar es vigilar, es poner esmero, es guardar, custodiar, tomar como preocupación el bien del otro desde el respeto. Es hacerlo con la cabeza, el corazón y las manos como lo hace Dios con su pueblo en el A. Testamento (Ez 34, 11-16; Os 11, 1-4) y lo hace Jesús, el Buen Samaritano con todos (Lc 10, 30-37). Cuidar también entraña acompañar, respetando, los tiempos y las mediaciones; entraña compartir lo que tenemos, aunque sólo sea cinco panes y dos peces (Mt 14, 17).
Otra actitud nos la presenta, creo, A. Machado en sus Proverbios y Cantares XXXVII:
“¿Dices es que nada se crea?
No te importe; con el barro
de la tierra, haz una copa
para que beba tu hermano
¿Dices que nada se crea?
Alfarero a tus cacharros.
Haz una copa y no te importe
si no puedes hacer barro”.
Es decir, haz algo, hagamos algo, aunque nos parezca pequeño, insignificante e irrelevante; comencemos por los más próximos, los de la familia, los vecinos, etc. Ayudaremos a Dios a hacer todas las cosas nuevas.
Podemos y debemos hacerlo, seamos alfareros contando con la ayuda del Señor que nos faltará.