+ Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia
Dios no es ni mudo ni sordo. Él sigue escuchando el clamor de los oprimidos de este mundo de antes y de ahora, los gritos de su pueblo y está decidido a salvar a su pueblo (Ex 3, 7-9, 13 ss). Hemos presentado que Dios habla por medio de las criaturas creadas y, en manera particular, por el ser humano, sea hombre o mujer, por su constitución física, por su belleza, por su inteligencia y su amor.
Hoy invito a considerar que Dios habla por los acontecimientos de la historia y de la vida ordinaria, si nosotros sabemos leer la realidad desde la fe o interpretar lo que la misma realidad nos está diciendo.
Pongo diversos ejemplos. Sin duda muchos de nosotros hemos oído hablar de los signos de los tiempos, que no son ensoñaciones sino realidades y fuerzas que están ahí. Por ejemplo, el papel de la mujer en la sociedad y en la Iglesia. Y no porque yo sea adicto a la causa del feminismo, sino porque es una demanda de la sociedad que clama y lucha por la igualdad con el varón (Gn 1, 27). Otros ejemplos... la demanda social de igualdad de oportunidades, de la dignidad de las personas, la demanda de justicia, el ecologismo, la defensa de los niños y de los mayores, la unión de los pueblos y naciones, la causa de la paz por medio del diálogo, no de la guerra. Reflexionemos lo que pasa en nuestra España, el enfrentamiento cainita que nos está devorando me hace recordar el poema argentino de Martín Fierro que dice: “Los hermanos sean unidos/ porque era la ley primera. Tengan unión verdadera/ en cualquier tiempo se sea, /porque si entre ellos pelean/ los devoran los de afuera”. Incluso entre los pucheros anda y habla Dios. También es verdad que depende de nuestra sensibilidad y oído, sobre todo de los oídos del corazón.
También por las realidades que consideramos negativas. Dicen san Pablo que todo nos sirve para nuestro bien: «Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para su bien» (Cf. Rom 8, 28). Y creo que san Agustín dice, aunque no me acuerdo dónde, que hasta el pecado. Sí, hasta el pecado, porque el pecado, si lo reconocemos sinceramente nos hace ser más humildes, recurrir a la misericordia de Dios e incluso ser más benévolos en nuestros juicios y comportamientos con las fragilidades y pecados de los demás.
Ya varios han aludido que la misma pandemia que estamos padeciendo con dolores, lágrimas y muertes, nos puede servir para ser menos autosuficientes y sabernos necesitados de los demás, de los médicos, enfermeros, de los de la tienda de al lado, más solidarios, menos pretenciosos...
Cuando escribo esto es el 4 de octubre, fiesta de San Francisco. Hoy termina una semana de reflexión y oración con motivo de los cinco años de la firma de la Encíclica Laudato Sí, del Papa Francisco. Creo que la Laudato Sí responde a una escucha de Dios que habla por medio de la situación de la “casa común”, que poco a poco, entre unos y otros nos la estamos cargando y en la misma línea “Querida Amazonía”. Igualmente -aunque no he podido leerla completa, sino dar una ojeada- es lo que nos invita a hacer el Papa en la Encíclica “Fratelli Tutti” “Todos hermanos”, firmada ayer en Asís, en la tumba de San Francisco. He visto que el papa en esta encíclica hace una lectura de la realidad actual del mundo que describe en varios apartados como: sueños que se rompen a pedazos, fin de la conciencia histórica, sin un proyecto para todos, sin dignidad en las fronteras, el descarte mundial, derechos humanos no suficientemente universales, conflicto y miedo, globalización y progreso sin un rumbo común, la pandemia, la ilusión de la comunicación la agresividad sin juicio, información sin sabiduría, sometimiento y autodesprecio.
Toda esta visión aséptica de la realidad puede parecer catastrofista, pero el papa ve en las tendencias del mundo actual, que desfavorecen el desarrollo de la fraternidad universal, una llamada a la esperanza.
Dios, que siempre habla y no es sordo, también muestra caminos concretos de esperanza, que Él señala, porque hay esperanza para el ser humano, para la creación, porque nuestro Dios es el Dios de la Esperanza y así lo ha revelado en Jesucristo.
Él nos habla sobre todo a las personas como hijos e hijas amados buscando nuestro bien. «Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor, no endurezcáis vuestro corazón» (Salmo 95).