+ Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia
Dios sigue hablando hoy. no solo por la naturaleza, por la belleza de todo lo creado, por el ser humano, por las diversas circunstancias humanas, individuales o sociales por las que atraviesa la humanidad, sino también por personas concretas, hombres o mujeres, antiguos y nuevos, del pasado y del presente. Por medio de ellos como intermediarios, nos sigue hablando Dios. Así lo confesamos los cristianos en el Credo cuando decimos del Espíritu Santo «… Y habló por los profetas», sobre todo referido a los profetas de Israel.
Por profeta se entiende popularmente a la idea de uno que hace una previsión del futuro. Esta concepción no es falsa, sino que responde únicamente a una de las facetas de todo profeta. Todo profeta, es verdad, que anuncia el futuro, pero también denuncia el presente porque podíamos decir que es analista socio-religioso del presente histórico que le toca vivir, de ahí su juicio y su denuncia. Denuncia de forma crítica ante reyes y terratenientes, sacerdotes y el pueblo en general en todas las áreas de la vida: religiosa, social., económica, política, etc... Lo hace también desde su experiencia de Dios, del Dios de la Alianza y de las Promesas, por eso habla también del futuro y de la esperanza. Es hombre de Dios -es adivino- tocado por lo divino- es portavoz o altavoz de Dios. Dios, habla por él. Es llamado y enviado por Dios. Lo hace sabiendo que él que actúa por medio de él es Dios que lo ha llamado y enviado y destinado a una misión. Lo hace también como parte del pueblo, que sufre con la situación de su pueblo y le supone renuncia a muchas cosas, incluso a ser malinterpretado, vejado y perseguido por los suyos. Como habla en nombre de Dios llama a la conversión, a la vuelta a Dios, a vivir en su alianza.
Los profetas más conocidos son los del Antiguo Testamento como Moisés (Deut 33, 1), Aarón (Ex 7, 1), Samuel, David (Neh 12, 24), Elías, Eliseo, Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel, Oseas, Amós, Jonás, Ageo, Joel, Habacuc, etc; otros son anónimos (I Rey 13, 1-31); también hay mujeres, como María, la hermana de Moisés, (Ex 15, 20) Débora, Isabel, la madre de Juan el Bautista. etc. Y es curioso, incluso quienes son enemigos de Dios, son calificados como profetas como por ejemplo Balaán (Num 22-24) y por Caifás (Jn 18, 14). Otras veces son grupos de profetas que entran en éxtasis y recorren libremente el país (Num 11, 10); otros grupos son de tipo monástico que viven cerca de un santuario entre los que destaca uno llamado por Dios, por ejemplo, Elías y Eliseo (I Rey 13, 11; II Rey 2, 1.5) Otra forma es la que engloba a los profetas cúlticos, es decir, que están puestos como funcionarios en el santuario nacional. Proferían oráculos cuando el pueblo se quejaba, y especialmente los exponían ante el rey
También ayer como hoy falsos profetas, que hablan o pretenden hablar en nombre de Dios; así como no todo el que pinta es pintor, ni el que se dedica a la medicina e médico así también no todo el que profetiza es profeta (Orígenes). Así, por ejemplo, los profetas del falso dios Baal, 450 en tiempos de Elías, o los falsos profetas de Israel. ¿Cómo distinguirlos? Si son libres, no sometidos servilmente a los poderosos y si el tiempo confirma las palabras con los hechos son considerados verdaderos; si se dejan llevar por las gentes, por lo que la gente quiere oír, si buscan su triunfo o medro personal, son considerados falsos.
Un fenómeno parecido, pero no igual, es que se daba en los adivinos en los oráculos. Uno de los más famosos son los oráculos de la pitonisa de Delfos, en Grecia. La pitonisa era la encargada de interpretar los oráculos, una especie de medium. El oficio lo ejercían una a tres muchachas del pueblo. La pitonisa se sentaba en un trípode sobre una hendidura de la tierra de la que subían un “espíritu mántico”, un vapor o humo que era el que inspiraba. Después de respirarlo entraban en trance que aumentaba cuando masticaban hojas de laural; después profería sonidos enigmáticos o interpretaban realidades como el soplo del viento, el murmullo de la encina sagrada, el sonido de unos platillos, etc. Dichos sonidos eran interpretados por otros. Normalmente respondían a peticiones de personas concretas que querían saber algo sobre una cuestión de su vida. Solo responden cuando alguien se lo pide, la iniciativa no la tiene el dios sino el hombre, y le paga por ello. Algo de esto se da hoy, aunque de otra forma, incluso en canales de televisión, con echadores de cartas, los que leen las manos con el ramo de romero, la consulta a horóscopos o la astrología y el espiritismo, los que acuden a Satán, etc., cuando el ser humano, ante una pregunta o situación presente o futura no sabe a qué atenerse; hoy generalmente no tiene que ver nada con Dios ni su voluntad. Todo esto no responde al honor, el respeto y el amor que solamente debemos a Dios (Cate. Igl. Católica 2116-2117).