+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia.
Desde el día 18 hasta el 25 de enero celebramos todos los años un octavario pidiendo al Señor el don de la unidad de los cristianos, de todos los cristianos. El lema de este año es: “Permaneced en mi amor y daréis fruto en abundancia” (Jn 15, 1-5).
¿Por qué? Sencillamente porque estamos tristemente divididos. Católicos, ortodoxos, protestantes, y sus distintas ramas... No es cuestión de repasar la historia ni ver quién tiene más culpa, aunque no viene mal repasar la historia y ver en qué circunstancias históricas, culturales, políticas y económicas y sociales se produjeron para comprender las divisiones.
Lo que sí es verdad es que Jesús quería y quiere la unidad. Así se lo pidió a su Padre Santo en la noche de la Última Cena, poco antes de morir: «No sólo por ellos ruego, sino por los que crean en mi por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17, 20-21). Jesús, el que vino a unir a Dios y los hombres en un abrazo de amor, en su propia carne y sangre, el que vino a reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos (Jn 11, 52), por el pecado, por las divisiones y enfrentamientos. San Pablo siempre pide a sus comunidades que estén unidas. Desde la cárcel les decía a los de Filipo: «Si queréis darme el consuelo de Cristo, y aliviarme con vuestro amor, si os une el mismo Espíritu y tenéis entrañas compasivas, dadme esta gran alegría: manteneos unánimes y concordes con un mismo pensar y sentir» (Fil 2, 1-2).
Es verdad también que la unidad no es fácil, que no es una conquista realizada para siempre, que hay que construirla cada día, y que es un don que hemos de pedir al Espíritu Santo, el admirable constructor en la Santa Trinidad -tres en unidad-. En esta semana y siempre, como pedimos cada día en la Eucaristía: «No tengas en cuenta nuestros pecados sino la fe de tu Iglesia y, conforme a tu palabra, concédele la paz y la unidad». La pedimos para todas las comunidades y confesiones cristianas; también dentro de la misma Iglesia Católica. Me duelen mucho las divisiones entre nosotros, los católicos, no en lo accesorio, sino en lo fundamental, cuando veo que se critica unos a otros y al Papa Francisco, el que ahora tiene la misión de confirmar a los hermanos en la unidad de la fe, el que tiene que apacentar el rebaño en nombre del Señor como le encargó a San Pedro (Cfr. Jn 21, 15-17). La crítica, si es fraterna, es positiva y constructiva, siempre y cuando se haga como indica San Mateo (18, 15-18)
Pero no únicamente tenemos que orar y trabajar por la unidad de los cristianos y de los miembros de cada una de las comunidades de la Iglesia católica. Tenemos que trabajar por la unidad de cada persona. Cuántas veces experimentamos la división dentro de nosotros mismos porque estamos interiormente divididos, disgregados por tantas cosas que nos atraen y tiran de nosotros, diseminados en tantos quehaceres que nos causan desazón, malestar...
Tenemos que trabajar por la unidad en la familia: por la unidad entre los esposos, entre padres e hijos, entre hermanos, entre las diversas generaciones, desterrando violencias, silencios, incomunicaciones, desencuentros. Cuántas veces comprobamos que. por una herencia, por unos bienes, aunque supuestamente valgan mucho, se rompen los vínculos entre hermanos que valen más...
Tenemos que trabajar por la unidad social y política. Tristemente vemos cómo en nuestra nación se dan enfrentamientos, no legítimos que los hay; se dan intentos de romper la nación o cambiar radicalmente el orden constitucional, el que nos hemos dado libre y democráticamente y ha permitido que llevemos más de cuarenta años en paz y en progreso. Y no es soñar utopías imposibles. Es posible si todos ponemos de nuestra parte un poco. De otra manera se cumplirá lo que dice el poema nacional argentino: Martín Fierro, de José Hernández: «Los hermanos sean unidos porque esa es la ley primera. Tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea; porque si entre ellos se pelean, los devoran los de fuera». Cuánto bien tendríamos si en nuestros pueblos, comarcas, provincias, regiones, comunidades, nación, naciones tuviéramos unión. Esta aspiración es la que late patente en la organización de Naciones Unidas. De esta pandemia que padecemos tendríamos que aprender lo que dice el refrán castellano: “La unión hace la fuerza”.
Tenemos que entender, como nos recuerda el Papa que unidad no es lo mismo que uniformidad; que es compatible y deseable que se dé la diversidad porque será riqueza para todos. La imagen social más perfecta es el poliedro, de la geometría clásica, no la esfera. En la comunidad se conjugan la diversidad y la unidad.