Sigamos construyendo juntos. El Espíritu Santo nos necesita

Sigamos construyendo juntos. El Espíritu Santo nos necesita

+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia

Hoy domingo día de Pentecostés, es el día del Apostolado Seglar y de la Acción Católica. El día 50 después de la Pascua de Resurrección. Con esta fiesta se terminan las fiestas de Pascua en honor de Cristo Resucitado.

Pero el que ha ascendido a la gloria del Padre e intercede por nosotros, está presente por medio de su gran don del Padre y el suyo, el Espíritu Santo.

El mismo Espíritu por el cual fue engendrado en las entrañas de la Virgen María; el mismo Espíritu que en el Bautismo en el Jordán se apareció en forma de Paloma para manifestar que Jesús era el Mesías, enviado al mundo como Salvador; el Espíritu que le movió para llevar la Buena Noticia del amor del Padre a los pobres, la libertad a los cautivos, la luz a los ciegos, la ternura y misericordia de Dios a todos los hombres; el Espíritu que él, en la cruz, donó a los humanos y el Espíritu que Jesús resucitado nos dio como regalo para que estuviese siempre con nosotros, nos acompañase, nos iluminase, nos guiase, nos defendiera, estuviera a nuestro lado siempre y dentro de nosotros, el que nos enseñe todo y nos vaya recordando todo lo que Jesús nos ha dicho y hecho. Es el alma de la Iglesia. Es el que nos hace conscientes de que somos hijos de Dios y hermanos de Cristo Jesús, nuestro Hermano mayor.

Pero Jesús nos dio su Santo Espíritu, su santo Aliento de vida, para que sigamos su obra. «Como el Padre me ha enviado así os envió yo» (Jn 20, 21-22).

Esto lo tenemos que hacer todos en la Iglesia. No únicamente los sacerdotes y los religiosos y religiosas, y algunos osados como los catequistas, animadores de la Palabra, o miembros de Cáritas. Es de todos los bautizados, de todos los laicos. El Concilio Vaticano II nos lo ha recordado y enseñado. La Iglesia es y tiene que ser, la familia de los hijos de Dios, tenemos que ser sacramentos, es decir, signos e instrumentos de salvación, de la unión íntima con Dios y de la unidad de los hombres entre nosotros y con todo el género humano (LG, 1).

La Iglesia es un Pueblo, el Pueblo de Dios, que tiene por Cabeza a Cristo Jesús, el Señor, la condición de sus miembros es la de la libertad de los hijos de Dios, por ley el mandamiento del amor y como destino el Reino de Dios que Cristo comenzó en este mundo, que ha de extenderse hasta que Él mismo lo lleve también a su perfección y lo entregue a su Padre y nuestro Padre (LG, 9). Los miembros de este pueblo somos todos sacerdotes, profetas y reyes por el Bautismo y los sacramentos de la Iniciación Cristiana. Pero dentro de este pueblo todos tenemos la misma misión, la de ser testigos de Cristo y de su Evangelio con obras y palabras, pero cada uno según su vocación que tenemos que desempeñar en comunión unos con otros y en común participación.

Dentro de este pueblo una es la de los presbíteros, mal llamados entre nosotros sacerdotes, ministros y pastores, que tenemos como misión servir al pueblo, a los demás miembros de la Iglesia en nombre de Jesucristo; otros, los religiosas y religiosas que tenemos la misión de anunciar con su vida y trabajo el reino definitivo. Y todos los que no son sacerdotes ni miembros de la Vida Consagrada, es decir, los laicos, que tiene otra misión.

Lo laicos, pues, somos los miembros del pueblo de Dios, los bautizados, la mayoría en la Iglesia, que tenemos la misión de hacer presente a Cristo, el que es luz y sal de la tierra; tenemos esta condición no por propios méritos sino por al amor gratuito de Dios. A ella tenemos que responder con nuestras obras y palabras.

¿Qué se entiende por laicos? Esta palabra viene del griego y aludo a los miembros de la asamblea ciudadana, aquí del Pueblo de Dios o Asamblea eclesial. No alude para nada al laicismo. Recuerdo a una señora que en Santander me decía, “no hable usted de los laicos que me recuerda el laicismo y los laicistas”. El laicismo es una corriente ideológica que defiende la independencia total del hombre y del Estado de toda influencia religiosa o de la Iglesia. No es lo mismo y lo debemos distinguir claramente.

La misión del laico tiene como vocación propia la de buscar el Reino de Dios ocupándose de las realidades temporales, para ordenarlas según el plan y el proyecto de Dios, el Reino. Los laicos viven en el mundo y son como el alma del mundo y esto en sus actividades, en la vida familiar, en el trabajo, en el ocio, en la economía, en la cultura, en todas sus actividades sean cuales sean, según Jesucristo.

Y no únicamente como individuos, personas sueltas, sino asociados, como miembros de una Iglesia sinodal que camina unida y junta. Expresión de esta forma de vivir cristiana es la Acción Católica, que no ha pasado de moda, sino que pide un caminar juntos y actuar juntos. Si el Hijo y el Espíritu, en expresión de San Ireneo, son las manos del Padre para abrazar a todos los hombres, los laicos son los manos de Cristo, los pies de Cristo, la mente y el corazón de Cristo y el Espíritu la fuerza, la luz y el amor de Cristo.