+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia
Este domingo en el que toda la Iglesia alaba, bendice, da gracias y contempla a la Santísima Trinidad, a Dios que en Cristo se nos ha revelado como Padre, Hijo y Espíritu Santo y que se ha acercado tanto a nosotros por amor que nos ha hecho sus hijos e hijas, nuestro hermano y tan íntimo que habita en nosotros, la Iglesia celebra también el Día de la Vida Contemplativa.
Gracias a Dios en nuestra Diócesis contamos con distintas comunidades contemplativas: una masculina, de la Orden Cisterciense de la Estrecha Observancia, comúnmente llamados Trapenses, que está en el Monasterio de San Isidro de Dueñas. Su carisma es vivir la regla de san Benito, que es la guía y representa los ideales y valores de sus comunidades. Lo de “estrecha observancia” se refiere al deseo de los Trapenses por seguir radicalmente esa regla asumiendo los tres votos de estabilidad, fidelidad a la vida monástica y los votos comunes a toda vida consagrada, la obediencia, pobreza y castidad.
Después tenemos 12 comunidades contemplativas femeninas.
Las Agustinas de la Conversión, que están en Carrión de los Condes; su carisma es la comunión y la conversión. Según el Espíritu y regla de San Agustín. Vivir con una sola alma y un solo corazón hacia Dios, apertura a la acogida y evangelización de los peregrinos del Camino de Santiago. Están en Palencia Capital.
Las Agustinas Canónigas Regulares de San Agustín cuyo carisma es la vida común, cultivar la interioridad y la búsqueda de Dios según san Agustín. Están en Palencia capital.
Las Agustinas Recoletas, cuyo carisma es vivir en caridad encuadradas en la vida trinitaria, amor a Dios Padre sin medida ni condición, vivir en comunidad fraterna en Jesucristo y difundir ese amor del Espíritu Santo a los hombres. Están en Palencia capital.
Las Brígidas, propiamente Orden del Santísimo Salvador y Santa Brígida que están en Paredes Nava. Fundadas por Sanata Brígida, en Suecia hacía el 1350. Su carisma es la unidad, la oración comunitaria y la penitencia. Como acento se preocupan de contribuir a la unidad de los cristianos.
Las Carmelitas Descalzas, fundados por Santa Teresa de Jesús. Hay dos monasterios, uno en Palencia, de San José y Ntra. Sra. De la Calle y otro en Carrión de los Condes, de la Santísima Trinidad. Su carisma consiste en ser testigos de la primacía absoluta de Dios, desde la contemplación y la vida siguiendo la regla de Santa Teresa de Jesús. Por cierto, que ella fundó el de Palencia, aunque estaba en otro lugar.
Las Cistercienses del Monasterio de Santa María y San Andrés de Arroyo. Su carisma es vivir la regla de San Benito en su naturalidad e interioridad, buscando a Dios con sencillez, en la escucha de la Palabra, la oración litúrgica y el trabajo manual en soledad, silencio y en comunidad.
Las Clarisas que están cinco Monasterios, En Palencia capital, Monasterio de Santa Clara; en Aguilar de Campoo, Monasterio de Santa Clara; en Astudillo, Real convento de Santa Clara; en Calabazanos, Monasterio de Ntra. Sra. De la Consolación; y Carrión de los Condes, Monasterio de Santa Clara. Fueron fundadas por Santa Clara de Asís y su carisma es seguir a Jesucristo pobre y crucificado en comunidad.
Y las Dominicas, del Convento de Ntra. Señora de la Piedad, en Palencia capital. Fueron fundadas por Santo Domingo de Guzmán, en el siglo XIII. Su carisma es ser contemplativas, que es fuente de la vida apostólica que él inició y que continúan los dominicos. Esta contemplación tiene su raíz en el silencio y la oración litúrgica, vividas en comunidad, y en la meditación y el estudio asiduo de la Palabra de Dios.
Todas estas hermanas y hermanos, con sus carismas, lo que buscan es el rostro de Dios que se manifiesta para siempre en Jesucristo. Esta búsqueda de Dios es propio de todo cristiano y de todo consagrado por el Bautismo, se traduce en seguir a Jesucristo hasta configurarse con Él, pero se especifica con una singular eficacia particularmente en la vida monástica, considerada, desde los orígenes, como una forma particular de actualizar el Bautismo. Las monjas y los monjes no viven en las nubes, sino en la tierra, y por eso oran por todos en las diversas situaciones por las que atravesamos todos, viven de su trabajo y practican la caridad entre ellas y con los más necesitados. Siguen al Señor de modo profético, es decir, están llamados a dejarse buscar y encontrar por Dios y descubrir los signos de la presencia de Dios en la vida cotidiana, de ese Dios que cuántas veces ignoramos pero que es el misterio último de nos sostiene. Lejos de Él nos va muy mal, porque «nos hiciste, Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (San Agustín, Confesiones, I,1). Ellos y ellas son como lámparas o faros en el camino eclesial, que siempre es de comunión, participación y misión compartida.
Termino con un deseo y ruego: que valoremos con gratitud a los monjes y monjas, nuestros hermanos, que nos hacen tanto bien, que oremos por ellos ya que ellos oran por nosotros, que frecuentemos sus monasterios o conventos participando en su oración, y que nos dejemos interpelar por sus palabras, silencio y vidas.