+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia
La Iglesia celebra con alegría las fiestas del Señor Jesús, las de la Virgen María y las de los santos. Pero especialmente la de algunos santos como San José, San Juan Bautista, el santo titular de una diócesis o comunidad parroquial, y dentro de los santos la memoria de los apóstoles, particularmente la de San Pedro y san Pablo.
¿Por qué? Porque Pedro fue el primero en confesar la fe cuando dijo: «Tu eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo» (Mt 16, 13-32) y Pablo el primero que la interpretó; los dos dieron testimonio de Jesús hasta morir, uno en la cruz, boca abajo, y el otro bajo la espada. Nosotros, los creyentes, tenemos que honrar su memoria «imitando su fe, su vida, sus trabajos, sus sufrimientos, su testimonio, su doctrina» (San Agustín, sermón 295, 8) y su amor por Cristo, un amor humilde, confiado y valiente.
El día de los Santos Pedro y Pablo celebra también la Iglesia el día del Papa. No porque cumpla años el papa actual, Francisco, o sea su santo, sino porque es el sucesor de San Pedro, el obispo de Roma, el primero de los apóstoles, el que nos confirma en la fe (ILc 22, 31-32) y preside en la caridad (San Ignacio de Antioquía, carta a los Romanos).
Hoy el sucesor de Pedro, por ser el Obispo de Roma, es el Papa Francisco. Sobre su ministerio hay opiniones para todos, que se oyen o ven en los medios de comunicación social. Unos están a favor porque habla de los pobres, de los derechos humanos, pero que no se preocupa de mantener la tradición tanto litúrgica como doctrinal, etc., y otros mal porque dicen que es un argentino peronista, anticapitalista, cuando no dicen que es hereje, etc. Ni unos ni otros tienen razón. Analizan su servicio apostólico desde claves políticas, cuando su ministerio es eminentemente apostólico, es decir ser testigo de Jesucristo, muerto y resucitado, de la fe cristiana, y un servidor de la unidad de la Iglesia desde la caridad -que esa es su misión- además de ser el pastor de la Iglesia de Dios que está en Roma.
Personalmente creo que tenemos que dar gracias a Dios por el papa actual, como teníamos que dar gracias a Dios por los papas anteriores, nos cayeran mejor o peor, más simpáticos o más antipáticos, que va de gustos. Lo importante es el ministerio o servicio que prestaron a toda la Iglesia cada uno en su tiempo.
Considero que el papa Francisco merece nuestra gratitud, nuestro amor y nuestra oración. Nuestra gratitud como cristianos y como ciudadanos por su entrega, una entrega total como veo cuando le contemplo en una silla, o apoyado en un bastón, cojeando, con los dolores de la rodilla; cuando le veo que no para de organizar viajes aquí o allí, con múltiples intervenciones para animar a las diversas iglesias y naciones, generalmente las más pobres, para animarlas en la fe y a una convivencia en fraternidad; o cuando le veo meterse en iniciativas, siguiendo el Concilio Vaticano II y su Espíritu, como el Sínodo al que nos ha invitado a todos a participar para lograr una Iglesia Sinodal, que camine unida, que viva la comunión, la participación y todo para la misión.
Tenemos que estar agradecidos por el regalo de sus cartas Evangelii Gaudium, Amoris Laetitia, Laudato Si, Gaudete et Exultate, Lumen Fidei, Amoris Laetitia; por sus intervenciones innumerables donde nos invita a vivir el evangelio hoy, en salida, sin condenar, derribando muros... una Iglesia que sale al encuentro, abriendo un horizonte nuevo, con vitalidad y creatividad, venciendo las tibiezas y las inercias, venciendo formalismos y lo de que siempre se ha hecho así, una religión de ceremonias, y de devociones, de ornamentos un cristianismo clerical y lleno de formalismos. Nos invita a salir, abriendo las puertas, al encuentro del mundo, de los hombres, especialmente de los más pobres, descartados y olvidados, para defender su dignidad con palabras y obras, con compromisos. Nos invita al diálogo, una Iglesia que escucha, que acompaña, que sigue al Señor escuchando su Santo Espíritu y trabajando por el Reino en bien de todos, unidos entre nosotros y a todos como hijos del mismo Padre y hermanos entre nosotros. Una Iglesia donde nadie es ni esté pasivo, sino que cada uno contribuya y participe según los dones o carismas que Dios nos concede.
Una Iglesia que anuncia el evangelio no es ser neutral, sino vivir a favor el Reino de Dios, que se opone a los mecanismos humanos de poder, de control, del mal, de la violencia, de la corrupción, de la injusticia, de la marginación, de la muerte, y lucha por la vida, por la esperanza, por la dignidad de todos los hombres y mujeres, por el respeto de toda la creación, contra todo lo que sea odio, desamor y destrucción (Ver homilía del día 29 de junio de 2022).
Oremos por el Papa Francisco en señal de gratitud y caminemos con él, con la Iglesia universal y esta Iglesia que está en Palencia y que se sabe en comunión con el Papa Francisco no sólo en la liturgia sino en toda la pastoral y que quiere vivir en comunión con él, eucarística y vital.