El Domingo, revelación del sentido del tiempo

+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia

El tema del tiempo siempre ha sido un tema que ha preocupado a los hombres. A nivel normal porque estamos pendientes del tiempo, de la hora, de los días y los años, del tiempo de la siembra, del tiempo de la siega y la cosecha. Y de la psicología. También en la reflexión filosófica. Ya san Agustín estaba preocupado por este tema.

«Qué es el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me pregunta. No lo sé. Lo que sí digo sin vacilación es que sé que si nada pasase no habría tiempo pasado; y si nada sucediese, no había tiempo futuro, y si nada existiese, no habría tiempo presente» (Confesiones, XI,14,17). Él lo relaciona con la eternidad. Para él, el tiempo y la eternidad son inconmensurables. El tiempo es sucesión, la eternidad es permanencia. La eternidad es un todo presente, el tiempo no está nunca presente. La eternidad es; el tiempo fue o será, nunca es. El tiempo es muchedumbre de días, la eternidad es un solo día, hoy, único y total. Para san Agustín la propiedad esencial entre eternidad y tiempo es el cambio. La eternidad es consecuencia de la inmutabilidad. El tiempo supone necesariamente mutabilidad. El tiempo empieza con los seres mudables. Cuando Dios crea los seres mudables -y todo ser creado es necesariamente mudable-, entonces empieza el tiempo. De tal manera lo entiende él así que dice que el mundo no fue creado en el tiempo, sino con el tiempo (Oroz Reta- Galindo Rodrigo, 291-1. El pensamiento de san Agustín para el hombre de hoy, Vol. I, la filosofía agustiniana, Ed. Edicep, Valencia, 1998, 291-293).

Pero no es mi intención tratar filosóficamente este tema, porque no soy filósofo. Recuerdo este tema para referirme a la importancia del domingo que es la fiesta primordial del cristiano, y a la vez reveladora del sentido del tiempo. Para los cristianos el tiempo tiene una importancia fundamental. Dentro del tiempo se crea el mundo, en su interior se desarrolla la historia de la salvación, que tiene su plenitud en la Encarnación y su término en el retorno glorioso del Hijo de Dios al final de los tiempos. En Jesucristo, el Verbo encarnado, el tiempo llega a ser una dimensión de Dios, que en sí mismo es eterno (San Juan II, Dies Domini, 74 y 75). Para los cristianos la existencia terrena de Jesucristo es el centro y plenitud de los tiempos. En la Vigilia de Pascua, se proclama que Cristo es Principio y fin, Alfa y Omega, es decir que Él marca nuestros años y nuestros tiempos, que es Señor del tiempo y que cada año, cada día y cada momento son abarcados por su Encarnación y Resurrección, Él es la plenitud de los tiempos. Él es el Principio, Guía y Meta del Universo (Rom 11, 33-36).

El domingo revela el sentido del tiempo. No hay eterno retorno. La resurrección atraviesa los tiempos del hombre, los días, años, los meses, siglos como una flecha que apunta a la segunda venida del Señor. Todo lo que ha de suceder hasta el fin del mundo no será sino una expansión y explicitación de lo que sucedió el día en que el cuerpo martirizado del Crucificado resucitó por la fuerza del Espíritu. El cristiano sabe que no debe esperar otro tiempo de salvación ni otro salvador, sino a Jesucristo; que no nos salvará la ciencia, ni los poderes políticos, ni los poderes económicos, ya que el mundo vive ya en el último tiempo. Nuestro tiempo está guiado por Cristo glorificado. Él es la energía que con su Espíritu impulsa la creación que gime hasta el presente y sufre dolores de parto (Rom 8, 22) hacia su meta. Para nosotros el presente, con todos sus avatares, está sostenido por la Esperanza. Pero nuestra esperanza no es un optimismo radical, o un buenismo, como en las películas del Oeste, sino que Dios cumplirá sus promesas, las realizadas en Cristo y en su resurrección porque nos ama. Esta esperanza ilumina incluso nuestra muerte, porque estamos llamados no a la muerte, nuestro futuro no es una tumba, sino a vivir con Cristo y ser glorificados con Él. La clave para poder llegar a la plenitud e los tiempos es vivir el tiempo presente llenándolo de Cristo, siguiendo a Jesucristo, amando, sirviendo, trabajando por el Reino de Dios, que incluye el bien y la felicidad de todos los hombres y mujeres, particularmente de los más pobres, descartados y olvidados.

Celebrar el domingo como se debe es vivir ya, en cierto modo, y en la esperanza, la eternidad con el Resucitado. Pero también el resto de los días de la semana deben quedar iluminados por el domingo: vivir en comunión con Cristo alentados por la fe, con esperanza y practicando la caridad con todos, también con la creación.