Actitud cristiana ante los nuevos humanismos

+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia

En los domingos pasados he presentado, brevemente, los nuevos humanismos y sus pensamientos. Acababa el domingo presentando resumidamente la actitud cristiana ante ellos, que resumía en rigor, sosiego y prudencia como integrantes de un diálogo racional, sin maximalismos de uno u otro signo.

Lo primero que hay que afirmar es que la Iglesia no se opone al avance de las ciencias y la técnica. Comparto con el profesor de Oxford Nick Brostom, fundador del Instituto para el futuro de la Humanidad, en el ideal que él señala como fondo del transhumanismo: «eliminar el efectos no deseados y no necesarios de la especie humana: el sufrimiento, la enfermedad, el envejecimiento e, incluso, la condición mortal». ¿Quién no lo estaría? Pero hay que ser realistas. Tenemos que asumir nuestra condición mortal, nuestra limitación y caducidad. Es una de las grandes lecciones que nos ha dado la pandemia, entre otras, como la solidaridad.

La Iglesia no está en contra del avance de las ciencias y las técnicas. Dice el Concilio Vaticano II: «Los cristianos, en su peregrinación hacia la ciudad celeste, deben buscar y gustar las cosas de arriba; esto no disminuye nada, sino más bien aumenta, la importancia de su tarea por trabajar juntamente con todos los hombres en la edificación de un mundo más humano.

En efecto, cuando el hombre con el trabajo de sus manos o con la ayuda de la técnica cultiva la tierra para que dé fruto y llegue a ser una morada digna para toda la familia humana, y cuando sume conscientemente su papel en la vida de los grupos sociales, cumple el plan de Dios, manifestado en el comienzo de los tiempos, de someter la tierra y perfeccionar la creación, y se cultiva a sí mismo; y al mismo tiempo guarda el gran mandamiento de Cristo de consagrarse al servicio de los hermanos... El hombre, cuando se entrega a las disciplinas de la filosofía, la historia, las matemáticas y las ciencias naturales y se dedica a las artes, puede contribuir muchísimo a que la familia humana se eleve a más altas concepciones de la verdad, el bien y la belleza... Con ello mismo, el espíritu humano, más libre de la esclavitud de las cosas, puede elevarse más fácilmente al culto y a la contemplación del Creador» (GS 57). Más claramente lo afirma, citando a San Juan XXIII, en el número 59 cuando afirma que «existe un doble orden de conocimientos distintos, el de la fe y el de la razón, y que la Iglesia no prohíbe que las artes humanas y las disciplinas de la cultura... usen sus propios principios y sus propios métodos, cada una en su ámbito: por lo que, reconociendo esta justa libertad, afirma la legítima autonomía de la cultura, especialmente de las ciencias».

Ciertamente el progreso actual de las ciencias y de la técnica, que en virtud de su método no pueden penetrar hasta las mismas razones íntimas de las cosas, pueden fomentar cierto fenomenismo y agnosticismo cunado el método de investigación utilizado por estas disciplinas sed considera sin razón como la regla suprema para hallar toda la verdad. Más aún, existe el peligro de que el hombre, confiando demasiado en los modernos inventos, crea que se basta a sí mismo y no busque las cosas más altas... Sin embargo, de estos lamentables resultados no se siguen necesariamente de la cultura actual ni deben inducirnos a la tentación de no reconocer los valores positivos de esta. Como son: el estudio de las ciencias y la fidelidad exacta a la verdad en las investigaciones científicas, la necesidad de trabajar conjuntamente en equipos técnicos, el sentido de la solidaridad internacional, la conciencia cada vez más viva de la responsabilidad de los expertos para ayudar e incluso proteger a los hombres, la voluntad de hacer más favorables para todos las condiciones de la vida, especialmente para aquellos que sufren privación de su responsabilidad o pobreza cultural (GS 57). Las ciencias gozan de libertad para desarrollarse y una legítima capacidad para actuar autónomamente según sus propios principios: los límites son los derechos de las personas y de la sociedad particular o universal dentro de los límites del bien común (GS 59).

Dicho de otra manera: la Iglesia no se opone, es más celebramos el progreso científico y la buena ciencia y técnica ejercida con criterio; damos la bienvenida a las avances científicos y tecnológicos que nos permitan, por ejemplo, curar enfermedades o tratar discapacidades. No nos da miedo la innovación ni el metaverso ni la inteligencia artificial. El problema no es la tecnología y la ciencia, sino su sacralización. Las herramientas tecnológicas nos solucionarán problemas, sí, pero no nos van a salvar. Sólo hay un salvador que Jesús (Cfr. Hch 4, 12). El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado... Por Cristo y en Cristo se ilumina el misterio del dolor y de la muerte, que fuera del Evangelio nos abruma. Cristo resucitó, destruyendo la muerte con su muerte, y nos dio la vida, para que, hijos en el Hijo, clamemos: ¡Abba! ¡Padre! (GS 22 y 32).