Homilía de nuestro obispo en el Viernes Santo 2022

Homilía de nuestro obispo en el Viernes Santo 2022

+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia

Hermanos y hermanas: La primera lectura del hoy, del profeta Isaías nos invitaba a mirar; decía Mirad: mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho. Como muchos se espantaron de él porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano, así asombrará a muchos pueblos. Ante él los reyes cerrarán la boca, al ver algo inenarrable y comprender algo inaudito. (Isa. 52,13-14).

Al final del Evangelio se nos invitaba a Mirarán al que atravesaron como decía Malaquías (Mal. 12,10). Poco después de la oración e los fieles, se nos invitarán a MIRAD DEL ARBOL DE LA CRUZ.

Miremos al árbol de la cruz, el santo leño. Levantemos la mirada. Ahí están nosotros con nuestras obras y nosotros. La cruz, hermanos tiene dos caras. En una, dura está nuestra debilidad y pecado, nuestras miserias, pecados e infidelidades, la pobreza y del dolor de la humanidad a lo largo de los siglos. El dolor y el sufrimiento que marca a muchos hermanos, enfermos del Covid, sin trabajo, que, a causa de la crisis económica, no tiene para pagar la luz, el gas, o hacer sus compras. Está la guerra entre Ucrania y Rusia; están los de Venezuela, Nicaragua, que ven restringidos o pisoteados sus derechos; Están todos los refugiados, todos los enfermos de distintas enfermedades: están tantos muertos de todas las guras, tantos enterrados en focas comunes, sin que nadie pueda llorarlos. Está nuestra infidelidad como cristianos, nuestras mentiras, nuestras traiciones.

Donde estuvo clavada la salvación del mundo… Pero en la otra cara está Jesús, clavado en la cruz, compartiendo nuestras cruces y sufrimiento, porque se ha hecho nuestro hermano. Está nuestro perdón, nuestra misericordia, está el amor de Dios su compasión. Despreciado y rechazado por los hombres, el hombre de dolores, acostumbrado a sufrimiento, despreciado y evitado por los hombres (lº Lectura). NO nos hecha nada en cara. Nos dice” Tened fe. Vosotros vendréis a mí y gustaréis los bienes de mi mesa, así como yo no he rechazado saborear los males de la vuestra… Os he prometido la vida. Como anticipo os he dado mi muerte, como si os dijera: Mirad os invito a participar de mi vida… Una vida donde no nadie muere, una vida verdaderamente feliz, donde el alimento no perece, repara las fuerzas y nunca se agota. Ved a qué os invito… A la amistad con el Padre y el Espíritu, a la cena eterna, a ser hermanos míos… a participar de mi vida (San Agustín, sermón 231,5).

Recordemos y miremos quién estuvo y está clavado en ella, porque la pasión del Señor sigue en sus hermanos, sigue en todos los que sufren. Descubramos la misericordia, el amor y la caridad de un Dios en quien podemos nuestra esperanza. Porque la esperanza del mundo está en Jesucristo.

En ella Dios nos propone un cambio: pasar de la muerte a la vida, de lo mortal a lo inmortal, de la tristeza a la alegría, de la desesperanza a la esperanza., esta virtud, esta fuerza tan pequeña, pero es la que mueve el mundo pensando que mañana todo será distinto (Ch. Peguy).

Dejémonos abrazar por él, besar por él como lo expresa una imagen en la iglesia de san Lázaro.

Seamos sus gloria, reconozcámosle como nuestro Rey, como la verdad, porque hacemos o procuramos hacer cada día como nuestros sus sentimientos, se abajamiento, su kénosis, su perdón y misericordia; sepamos perdonar como él perdonó a los discípulos que le abandonaron; no rompamos la túnica de Cristo, unidad de la Iglesia, tengamos entrañas de misericordia como él con Pedro que le negó. Abrámonos a María, llevémosla en nuestro corazón, como Juan la recibió en su casa, nosotros en nuestro corazón. Ella nos lleva en el suyo. Como José de Arimatea y Nicodemo seamos sus discípulos sin miedo

Hermanos: del corazón de Cristo, muerto, salió sangre y agua; los santos Padres entendieron que eran los dos sacramentos fundamentales: el bautismo y la Eucaristía. NO dejemos que caigan a tierra, sino que nosotros vivamos como el Crucificado y Resucitado, a quien contemplamos hoy en la cruz y se nos da como alimento en la Eucaristía, memorial de su muerte y victoriosa resurrección.