Miércoles, 05 Julio 2023 16:50

Respeto

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«El apóstol Juan escribe: “El que odia a su hermano es un asesino”. Pero Jesús no se detiene aquí, y en la misma lógica agrega que el insulto y el desprecio también pueden matar. Y nosotros estamos acostumbrados a insultar, es verdad. E insultar nos sale como respirar. Y Jesús nos dice “Detente, porque el insulto hace daño, mata”. El desprecio es una forma de matar la dignidad de una persona». (de la catequesis del Papa Francisco de 17 de octubre de 2022).

El Papa Francisco al decir en su catequesis relativa al respeto, con cita del Evangelio de San Juan, no hace sino expresar uno de los principios básicos del cristianismo, de aplicación a creyentes y no creyentes, que lo que nos viene a decir es de la necesaria cercanía a todos y cada uno de los seres humanos como principio básico de la convivencia, y también como necesidad de que con fundamento en esa cercanía se produzca el respeto necesario para bien tanto de quién es agredido, aunque sea verbalmente, y el agresor. Cuando proferimos el insulto o el menosprecio estamos ofendiendo la dignidad del agredido, pero también la del que agrede o insulta, en tanto este rebaja o disminuye su categoría humana y amputa parte del crédito o dignidad del agredido, que ve como parte de su persona está amputada.

En nuestro Congreso de los Diputados se han producido recientemente en los debates parlamentarios evidentes faltas de respeto entre parte de quienes lo componen, que aunque afectan directamente a dos grupos políticos, no hacen sino reproducir lo que viene siendo norma de comportamiento en algunos de sus componentes. No debemos seguir así de ninguna de las maneras pues si el insulto o el menosprecio en la vida diaria de los ciudadanos genera la consecuencia que antes hemos dicho, hacerlo en sede parlamentaria sin más fundamento que la discrepancia con el agredido genera una mentalidad que por mimesis se va trasladando a la ciudadanía con la pérdida de valores que ello supone y sin beneficio alguno, creando una forma de comportamiento que afecta a todos, pero fundamentalmente a las nuevas generaciones que ven así también quebrantado su derecho a entender la vida conforme a una serie de valores que nunca pueden ser los del insulto, el menosprecio o en suma la falta de respeto, sino los de la cercanía, comprensión y poner en valor al otro, aunque se discrepen de él.

Si todo lo que decimos lo hacemos para dirigirnos a la sociedad en general, no podemos obviar que con mayor énfasis lo hacemos para los que nos consideramos cristianos, cuya norma de vida debe ser amar a los demás. Ni siquiera creyéndonos en la posesión de la razón y teniendo motivos para ello podemos comportarnos de tal forma porque además de que no seguimos los mandatos de Jesús, nada alcanzamos con ello. Mejor entendamos la vida conforme al postulado de San Juan de la Cruz: «donde no hay amor, pon tu amor y encontrarás amor».

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