La importancia del Domingo - II

+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia

A raíz del artículo de hace dos semanas un lector me ha preguntado: “¿Por qué es tan importante el domingo?”

Esta es mi respuesta, realizada desde la tradición de la Iglesia que fue recogida magníficamente el papa San Juan Pablo II en su carta apostólica Dies Domini, del 31 de mayo de 1998.

La frase Dies Domini se traduce por Día del Señor. Esta frase alude al Creador (Gen 1 y 2), porque en el domingo celebramos la obra del Creador; de la creación primera, que continúa, y de la nueva creación, surgida de la Pascua de Cristo, el que hace nuevas todas las cosas. En la primera, Dios creó todo lo existente, el cielo, la tierra, los mares, y, particularmente con mucho cariño y amor, a su imagen y semejanza, al hombre y a la mujer. Celebramos a Dios Padre, que por su Hijo (Jn 1,3) y con el Espíritu Santo, creó todo. El domingo nos llama a contemplar la obra de Dios, las flores, los campos, las montañas, los mares y ríos y especialmente al hombre y la mujer para dar gracias a su autor, el autor de la vida, bendecirle y alabarle (Dan 3, 56 -88). Todo lo creado lleva la impronta de su bondad, aunque no fue terminada porque nos la ha encomendado a los hombres para ser cultivada y desarrollada con el trabajo.

También es el día de Cristo, del Señor resucitado y del don del Espíritu Santo. El domingo celebramos el día de la Resurrección del Señor, que se celebra no sólo un domingo al año, sino todos los domingos: es el “sacramento o signo de la Pascua” (San Agustín, epístola 55, 2). Cada semana se nos propone a los fieles el misterio de la muerte, sepultura y resurrección de Cristo, que es fuente de la salvación y de la vida eterna. Y es que Jesús resucitó, lo dicen los evangelios, el primer día de la semana, el primer día después del sábado (Mc 16, 2 y 9; Lc 24, 1, Jn 20, 1). Es también el día en que Jesús no da como don para continuar su obra, la del Reino, el don del Espíritu Santo (Hech 2, 1) En ese día, Pentecostés, la Iglesia se manifestó como el pueblo que se congrega en la unidad. El primer día de la semana es el día en que se reunían los cristianos de Tróade para la Eucaristía (Hech 20, 7-12). Los cristianos de los primeros tiempos, en tiempos de persecuciones, le llamaban el día del Señor (Apoc 1, 10). Plinio el joven, escritor romano, recoge que los cristianos tenían como costumbre, reunirse un día fijo, antes de salir el sol y cantar juntos himnos a Cristo como a un dios. Era su forma de confesar que Cristo Jesús es el Señor, es decir, es Dios (Fil 2, 11; I Cor 12, 3) Ese día leían en la reunión los textos de la Escritura y partían el pan (Lc 24, 27, 44-47). Se invocaba a Jesucristo como nuestra luz, cuando los paganos celebraban el día del Sol, como se sigue llamando en algunas lenguas, por ejemplo, el inglés.

Es también el Dies Ecclesiae, día de la Iglesia, porque la asamblea de los cristianos se reúne para celebrar la eucaristía. Es muy importante reunirse y hacer visible que somos una familia, la familia de los hijos e hijas de Dios. Una familia unida, que tiene conciencia de ser el pueblo de Dios, una familia que reúne a hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación (Apoc 5, 9), es decir, a pequeños y grandes, a emigrantes y nativos, con distintas visiones políticas, pero que comparte la fe en el Resucitado y su pasión por el Reino, un pueblo-familia que permanece unido en la enseñanza de los apóstoles o la Palabra, la fracción del pan o Eucaristía, la comunión y las oraciones.

También es el Díes Hominis, día del hombre, día de alegría, de descanso y solidaridad. ¿Cómo no alegrarse en el día del Señor, aquel que nos llena de vida, de dicha, de bienaventuranza, de esperanza? ¿Cómo no alegrarse del encuentro con los hermanos y dialogar, compartir preocupaciones, tristezas, esperanzas, proyectos, misión?

Y es día de descanso; dice el Génesis que Dios, después de la creación, descansó el sábado (Gen 2, 1-3). Nosotros descansamos el domingo porque la nueva creación ya ha sido realizada en Cristo y en su misterio pascual y nosotros, con nuestro descanso, lo tenemos que anunciar. También para los que no comparten nuestra fe. Al principio de la Iglesia los cristianos no tenían un día específico de descanso; no había descanso semanal. Solamente en el siglo IV, la ley civil romana dispuso que en el “día del sol”, los jueces, las poblaciones de las ciudades y las corporaciones de los diferentes oficios dejaran de trabajar (Edicto de Constantino del año 321). Hoy el derecho al descanso es un derecho de todo trabajador y nos alegramos porque el hombre trabaja para vivir, no vive para trabajar. Es día para descansar, estar con la familia, los amigos, visitar enfermos o a los están solos, compartir con los pobres y necesitados, cultivar las aficiones culturales, y la dimensión religiosa de la persona.

El domingo contiene otros aspectos dignos de tener en cuenta, como día de la catequesis, de la resurrección, de la esperanza, día de los días que revela el sentido del tiempo, el octavo día, etc., pero los fundamentales son los arriba señalados. No dejemos de celebrar el domingo y participar en la eucaristía en nuestra comunidad.