Santa Misa «Pro Eligendo Romano Pontifice» y comienzo del cónclave

Santa Misa «Pro Eligendo Romano Pontifice» y comienzo del cónclave

Esta mañana se ha celebrado en la Basílica de San Pedro la Santa Misa «Pro Eligendo Romano Pontifice», que ha sido presidida por el cardenal Giovanni Battista Re, decano del Colegio Cardenalicio. Con la celebración de esta Eucaristía da comienzo el proceso de elección de un nuevo Papa.

Una vez celebrada esta Misa, a primera hora de la tarde, los cardenales electores, irán en procesión, a la Capilla Sixtina del Palacio Apostólico, donde se desarrolla la elección. Una vez dentro de la Capilla Sixtina, los cardenales prestarán juramento, antes del comienzo del proceso de la elección. Después del juramento, el Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias pronunciará el extra omnes y todos los ajenos al cónclave deberán salir de la Capilla Sixtina.

Continuarán en la sala únicamente el Maestro de las Celebraciones Litúrgicas y el eclesiástico, designado por la Congregación General, que hará en ese momento la segunda meditación. Cuando acaba la intervención, también saldrán los dos.

Cuando se cierre la puerta de la Capilla Sixtina, los cardenales electores recitarán las oraciones según el Ordo y si no hay ninguna duda sobre el procedimiento, comenzará el proceso de elección.

En la tarde de hoy -primer día del cónclave- se tendrá solo un escrutinio. Posteriormente, hasta el momento de la elección, se programan dos votaciones por la mañana y otras dos por la tarde.

 

HOMILÍA DE MONS. GIOVANNI BATTISTA RE

 

En los Hechos de los Apóstoles se lee que, después de la ascensión de Cristo al cielo y en espera de Pentecostés, todos perseveraban unidos en la oración junto con María, la Madre de Jesús (cf. Hch 1,14).

Es precisamente lo que también nosotros estamos haciendo a pocas horas del inicio del cónclave, bajo la mirada de la Virgen colocada al lado del altar, en esta Basílica que se eleva sobre la tumba del apóstol Pedro.

Notamos como todo el pueblo de Dios está unido a nosotros con su sentido de fe, su amor al Papa y su confiada esperanza.

Estamos aquí para invocar el auxilio del Espíritu Santo, para implorar su luz y su fuerza, a fin de que sea elegido el Papa que la Iglesia y la humanidad necesitan en este momento de la historia tan difícil y complejo.

Rezar, invocando al Espíritu Santo, es la única actitud justa y necesaria, mientras los cardenales electores se preparan a un acto de máxima responsabilidad humana y eclesial, y a una decisión de gran importancia; un acto humano por el cual se debe abandonar cualquier consideración personal, y tener en la mente y en el corazón sólo al Dios de Jesucristo y el bien de la Iglesia y de la humanidad.

En el Evangelio que ha sido proclamado han resonado palabras que nos conducen al corazón del mensaje-testamento supremo de Jesús, entregado a sus Apóstoles en la tarde de la última cena en el Cenáculo: «Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado» (Jn 15,12). Y para precisar ese “como yo los he amado” e indicar hasta dónde debe llegar nuestro amor, Jesús afirma a continuación: «No hay amor más grande que dar la vida por los amigos» (Jn 15,13).

Es el mensaje del amor, que Jesús define mandamiento “nuevo”. Nuevo porque transforma en positivo y amplía en gran medida la exhortación del Antiguo Testamento, que decía: “No hagas a los demás lo que no quisieras que te hagan a ti”.

El amor que Jesús revela no conoce límites y debe caracterizar los pensamientos y la acción de todos sus discípulos, que en su conducta siempre deben manifestar un amor auténtico y comprometerse en la construcción de una nueva civilización, que Pablo VI llamó “civilización del amor”. El amor es la única fuerza capaz de cambiar el mundo.

Jesús nos ha dado ejemplo de este amor al comienzo de la última cena con un gesto sorprendente: se abajó al servicio de los demás, lavando los pies a los Apóstoles, sin discriminaciones, sin excluir a Judas que lo iba a traicionar.

Este mensaje de Jesús se enlaza con lo que hemos escuchado en la primera lectura de la Misa, en la que el profeta Isaías nos ha recordado que la cualidad fundamental de los Pastores es el amor hasta el don total de sí.

De los textos litúrgicos de esta celebración eucarística nos llega, por tanto, una invitación al amor fraterno, a la ayuda mutua y al compromiso por la comunión eclesial y la fraternidad humana universal. Entre las tareas de todo sucesor de Pedro está la de acrecentar la comunión: comunión de todos los cristianos con Cristo; comunión de los obispos con el Papa; comunión entre los obispos. No una comunión autorreferencial, sino dirigida totalmente a la comunión entre las personas, los pueblos y las culturas, velando para que la Iglesia sea siempre “casa y escuela de comunión”.

También es fuerte la llamada a mantener la unidad de la Iglesia en la senda trazada por Cristo a los Apóstoles. La unidad de la Iglesia es querida por Cristo; una unidad que no significa uniformidad, sino una firme y profunda comunión en la diversidad, siempre que se mantenga en plena fidelidad al Evangelio.

Todo Papa sigue encarnando a Pedro y su misión, y de esa manera representa a Cristo en la tierra; él es la roca sobre la cual se edifica la Iglesia (cf. Mt 16,18).

La elección del nuevo Papa no es una simple sucesión de personas, sino que es siempre el apóstol Pedro que regresa.

Los cardenales electores expresarán su voto en la Capilla Sixtina, donde -como dice la Constitución apostólica Universi dominici gregis- «todo contribuye a hacer más viva la presencia de Dios, ante el cual cada uno deberá presentarse un día para ser juzgado».

En Tríptico Romano, el Papa Juan Pablo II expresaba el deseo de que, en las horas de la gran decisión mediante el voto, la majestuosa imagen de Miguel Ángel que representa a Jesús Juez recordase a cada uno la grandeza de la responsabilidad de poner las “soberanas llaves” (Dante) en las manos adecuadas.

Recemos, por tanto, para que el Espíritu Santo, que en los últimos cien años nos ha dado una serie de Pontífices verdaderamente santos y grandes, nos regale un nuevo Papa según el corazón de Dios para el bien de la Iglesia y de la humanidad.

Recemos para que Dios conceda a la Iglesia el Papa que mejor sepa despertar las conciencias de todos y las fuerzas morales y espirituales en la sociedad actual, caracterizada por un gran progreso tecnológico, pero que tiende a olvidarse de Dios.

El mundo de hoy espera mucho de la Iglesia para la tutela de esos valores fundamentales, humanos y espirituales, sin los cuales la convivencia humana no será mejor ni portadora de bien para las generaciones futuras.

Que la Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia, intervenga con su intercesión maternal, para que el Espíritu Santo ilumine las mentes de los cardenales electores y los haga concordes en la elección del Papa que necesita nuestro tiempo.