Homilía de nuestro obispo en el Jueves Santo 2025

Homilía de nuestro obispo en el Jueves Santo 2025

Queridos hermanos, congregados por el Señor en torno a su Cena en este Jueves Santo.

Tras acompañar a Jesús en su entrada como Mesías en la Ciudad Santa, y celebrar la bendición de los Óleos y la renovación de las promesas sacerdotales en la Misa Crismal, llegamos al momento que Jesús con tanto mimo ha preparado: “antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”

En el Evangelio de Juan toda la tensión dramática de su relato viene vertebrada por la idea de la hora. En Caná de Galilea comenzó con sus signos aun cuando había diche a la Virgen que todavía no había llegado su hora. A lo largo de su vida pública, había ido vaticinando que ya se iba acercando su hora. Pero es hoy cuando Jesús sabe que la llegado su hora, esa hora para la que se había estado preparando desde que fue tentado por primera vez en el desierto.

Su hora, la hora de la verdad, y la hora del amor, la hora de manifestar a las claras su intención. La hora de sacar todas sus cartas, la hora de expresar sin medias tintas todo lo que contiene su corazón. La hora de dejar este mundo y pasar al Padre, que es su secreto, su alimento, su origen y su destino. Pero no sólo el suyo, sino el de todos nosotros. Nosotros vivimos en un mundo que ha hecho de la negación de la muerte su seña de identidad, puesto que esa negación es la que justamente nos precipita en las garras de la muerte, el sinsentido. En este año jubilar el Papa nos anima a entrar en esa esperanza que no defrauda. Y no lo hace porque hoy Jesús nos regala ese amor mayor, ese amor que vence al maligno, al pecado y a la muerte.

Jesús lava los pies de sus amigos, muestra que su amor no se detiene ante ningún obstáculo. Ni siquiera se para ante la objeción de Pedro, a quien sobrecoge ver al Maestro arrodillado a sus pies. Y en su hora, en este jueves santo, lo quiere hacer con cada uno de nosotros, contigo y conmigo. Quiere amarte hasta el extremo, hasta el final. La expresión griega es elocuente: eis télos, in finem, hasta el límite, hasta el extremo. Es el suyo, el amor más grande, el amor nuevo, frente a todos los sucedáneos y caricaturas del amor en que los humanos nos debatimos toda nuestra vida. Es su momento, antes de que las tinieblas se ciernan sobre Él y lo oscurezcan y obnubilen todo. Es su hora, en la que nos regala, hace dos mil años, justamente hoy, y hasta el final de los tiempos su lección más hermosa. En la Pascua judía, fiesta del Paso del Señor, se requería una víctima agradable a Dios, un animal sin defecto, cuya sangre preservara al pueblo escogido del paso del ángel del Señor en castigo a la idolatría y al pecado humanos.

Jesús hoy cumple la Escritura, desbordándola, plenificándola, dando un salto totalmente disruptivo respecto de las expectativas del pueblo judío. La grasa y la sangre de animales no es lo que complace a Dios, sino la escucha fiel de su Voluntad, y la obediencia a su Palabra. Jesús introduce en el contexto de la Pascua judía, un cambio sustancial, definitivo, que la convierte en la Pascua de la humanidad y de la Creación: el Cordero de Dios es el Nuevo Adán, es el Señor de la historia, y para mostrarlo, y realizarlo, se abaja hasta adoptar la forma de siervo, de esclavo.

Día de la Eucaristía, del sacerdocio ministerial, de la diaconía, del amor fraterno. El amor sufre una nefasta separación, no sólo en la mentalidad del mundo secularizado, sino también del lado de los creyentes, hasta en las almas consagradas. Simplificando, podríamos decir que en el mundo encontramos un eros sin ágape, y entre los creyentes encontramos a menudo un ágape sin eros. El eros sin ágape es un amor romántico, muy a menudo pasional, hasta la violencia. Un amor de conquista que reduce fatalmente al otro a objeto del propio placer e ignora toda dimensión de sacrificio, de fidelidad y de donación de sí. Ese amor del que hace propaganda martilleante internet, las series, tantas novelas y películas. A todo eso el mundo lo llama amor.

Para nosotros hoy puede resultar más útil comprender qué se entiende por ágape sin eros. Sentimientos repetitivos, trabajo de cabeza, amor frío, epidérmico, sin participación de todo el ser, más por imposición de voluntad que por impulso íntimo de corazón. Ajustarse a un molde preconstituido en lugar de crearse uno propio e irrepetible, como es irrepetible todo ser humano para Dios. Ese falso amor mundano es un cuerpo sin alma, y  este falso amor religioso, es un alma sin cuerpo, un amor sin deseo.

Si negamos la afectividad y el corazón, seguiremos delante de forma cansada, por sentido del deber y por defensa de la propia imagen, o bien buscando compensaciones más o menos lícitas (cuántas miserias no nos han sucedido en la iglesia por todo esto, abusos de conciencia, de poder, sexuales…). Jesús hoy nos da el ejemplo para que sanemos toda distorsión del amor: El antídoto que nos propone es la Eucaristía, el servicio, el don de sí.

No separemos las dos dimensiones del amor: amor de Dios y amor propio. No es egoísmo dejarnos limpiar, cuidar, amar al prójimo como a sí mismo. Cómo voy a dar amor si yo no lo acojo y acepto. Si no me soporto, si me considero una desgracia, si me infravaloro. Amor del alma y amor del cuerpo, que Jesús ha venido a integrar y sanar para siempre.

San Bernardo habla de “amar a Dios por sí mismo” y “amarse a sí mismo por Dios”. Santo Tomás de Aquino habla de “ese amor con que Dios nos ama y con el que hace que nosotros le amemos”. Qué tarea más hermosa es para los cristianos católicos responder al eros sin ágape de la cultura secular, vinculando el deseo al amor. Un amor sólo espiritual no nos vale si no se encarna, si no se arrodilla y agacha para llegar hasta el caído y el decaído.

Dios no sólo nos ama con un amor tan divino como espiritual, sino que nos ama apasionada y concretamente tal y como nos lo muestra hoy Jesús. Nos ama hasta el extremo, con un amor de deseo, Jesús nos echa en falta, Jesús suspira porque nos dejemos lavar, alimentar por Él. Ha llamado a unos de la comunidad como sacerdotes, para que comuniquemos su amor al pueblo y lo alimentemos con su Cuerpo y Sangre, y le ofrezcamos su Perdón. Ha elegido a otros para ser un signo sacramental de su amor, como son los diáconos. Ha escogido a otros para mostrar la caridad consumada y definitiva en su consagración a la vida religiosa. Os ha elegido a los laicos para llevar su caridad política y social para transformar el mundo y luchar por la vida, y mostrar en la alianza matrimonial, la llamada a ser una sola carne, siguiendo el designio creador del comienzo.

Querida comunidad, vivamos este Jueves Santo eliminando las barreras que ponemos a Dios para que se quede a vivir en y entre nosotros, como Amor de todo amor. La Virgen, la madre del amor hermoso nos ayude a todo ello.

+ Mons. Mikel Garciandía Goñi.

Obispo de Palencia