+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia
La comunidad cristiana tiene su origen en torno a Jesús de Nazaret, llamado el Cristo, el que murió, fue sepultado y resucitó. Lo expresó bien un romano, Festo, gobernador romano, cuando dijo al rey Agripa por qué tenía preso a Pablo y por qué este había apelado al César: «Tengo aquí a un hombre a quien Félix ha dejado preso, y contra el cual, cuando fui a Jerusalén, presentaron acusación los sumos sacerdotes y los ancianos, pidiendo su condena... Se trataba sólo de ciertas discusiones acerca de su propia religión y de un tal Jesús, ya muerto, que Pablo sostiene que está vivo» (Hch 25, 13-19). Es lo que afirmamos los cristianos, porque la fe en el Resucitado es el fundamento de nuestra fe. Ella nos da vida, esperanza y nos anima a amar como él amó. Es la luz de da sentido a nuestra existencia y actos, porque «si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe» (I Cor 15, 14). Es a Él a quien queremos seguir, a quien celebramos, en quien esperamos, a quien amamos y por quien amamos.
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